Cada año es lo mismo. Nomás se acerca diciembre empieza la cantaleta del "¿qué vamos a hacer para Navidad?"
La neta, es una lata. Desde que tengo memoria han sido fechas complicadas, pues cuando éramos chicos, mis hermanos y yo debíamos pasar una fecha con la familia de mi papá (Navidad o Año Nuevo) y la otra con la familia de mi mamá. Siempre era un lío eso de no herir susceptibilidades, así que ya desde noviembre se sentía el ambiente tenso con eso de los planes de fin de año.
Luego resulta que uno va creciendo y empieza a ver a los amigos y familiares pasar las fechas en compañía de sus parejas... cosa que en mi caso no ha sido así, salvo por un par de relaciones más o menos largas que tuve antes de conocer al papá de mi hija, y el tiempo que viví con él. De ahí en fuera, las Navidades son temporadas en las que me la paso simplemente tolerando a la familia y rumiando el no tener con quién quitarme el frío.
Ha habido años menos pesados, como aquéllos en los que los mensajes de Jorge me hacían sentir acompañada a la distancia, o incluso el año pasado, porque estaba enamorada. Pero éste vuelve a ser lo mismo de siempre: el vaticinio de una velada familiar en la que sobra la comida, las malas caras, el frío y los recuerdos de las Navidades pasadas... esas de hace muchos, muchos años, cuando las tías no estaban peleadas y mi prima María Elena aún vivía y los primos hacíamos pastorelas después de la cena...
Señora Grinch, me reconozco. Pero lo cierto es que desde mediados de diciembre hasta mediados de febrero, esas fechas son más bien aciagas para mí.
La única gran excepción es que ahora tengo una pequeña que, como en la película, logra cambiar con sus sonrisas el significado de todas las fiestas pasadas. Es cuando esta señora Grinch debe vestirse de Santa Claus y hacer que para ella los recuerdos sean felices y gratos... aunque en el fondo, yo me siga preguntando cuándo llegará el día en que volveré a compartir la Navidad con una pareja...
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