Nació hace más de 90 años, el 9 de junio de 1919, cuando aún se sentían en el ambiente los estragos de la Revolución Mexicana. De hecho, su papá murió en una reyerta de esas cuando la gente todavía andaba con pistolas por la calle. Ella y su hermana mayor, María Elena, quedaron solas con su madre, doña Rebeca de la Serna, quien más adelante se casó y tuvo dos hijos con un hombre que pertenecía a una "buena familia", pero cuyos miembros nunca vieron con buenos ojos que los pequeños Macías de la Serna tuvieran dos hermanas de otro padre. El señor Macías murió también y la señora de la Serna se quedó sola, criando 4 hijos a como pudo.
Doña Rebeca de la Serna se volvió entonces dura de carácter -como lo contarían posteriormente sus nietas: Rocío, Rebeca y Adriana. Con el tiempo enfermó y entonces las hijas mayores se dedicaron a cuidarla y trabajar para ayudar en los gastos. María Elena logró casarse un tiempo después. Rebequita siguió trabajando y así apoyó a sus hermanos, Enrique y Luis. Uno de ellos obtuvo un buen empleo al terminar la carrera y tuvo una exitosa trayectoria, lo que le permitió hacerse de dinero y adquirir varias propiedades. En agradecimiento a su hermana, puso un departamento a su nombre y ya mayores, cuando Rebeca no pudo trabajar más y su pensión no era gran cosa, Enrique empezó a pasarle una cierta cantidad mensual, y así fue hasta que Enrique falleció en 2008.
Mucho antes de eso, Rebeca se casó, cerca de los 30 años, casi una solterona para ese entonces... bueno, "se casó" con un apuesto español que le llevaba varios años y tenía otra familia en el norte de la ciudad. Don Faustino le procuró 12 embarazos a Rebeca, pero sólo tres terminaron en un buen parto: los de Rocío, Rebeca (Becky) y Adriana. Faustino veía poco a sus hijas, pues debía dividir su tiempo entre ambas casas, y las memorias de sus hijas son de un hombre exigente y no muy cariñoso.
Becky creció con temores e inseguridad, tal vez de manera más notoria que sus hermanas. Rocío fue mojigata gran parte de su vida mientras que Adriana adoptó el papel de rebelde, escapando de su casa a los 16 años para irse a vivir a Vallarta con una amiga. En esas estaban cuando doña Rebeca de la Serna murió, entre los cuidados de su hija Rebeca.
Rocío se casó y tuvo dos hijos. Becky tuvo cuatro. Ambas se divorciaron después de matrimonios difíciles con hombres machistas. Adriana vivió un tiempo con una pareja, no tiene hijos, y ahora lleva un matrimonio estable desde hace varios años con un americano que le lleva casi 30 años... 10 más y se acerca a la edad de su suegra, Rebeca Ruiz, quien en junio de este año cumpliría los 92, pero ahora se debate entre la vida y la muerte, aferrándose con todo el espíritu que le queda, por poco que sea...
Está en cama hace una semana, duerme casi todo el día, no come sino el poco líquido que logran meterle a jeringazos, con licuados protéicos y agua. Ya no se mueve, usa un pañal, casi no oye, casi no ve... su tiempo ha llegado, pero lucha con todo para no irse, aún cuando sus tres hijas sufran cada día por ver cómo se consume. Ni sus hijas ni sus nietos entendemos por qué no termina de irse.
A decir verdad, yo no termino de entenderlo. Por un lado, la miro aferrándose con tal coraje a la vida y recuerdo a la mujer fuerte que siempre fue, esa que cuidó a 4 de sus nietos cuando Becky tuvo que irse a trabajar unos meses a Mérida, esa que se levantaba temprano para hacer la comida para todos, que nos llevaba de día de campo y nos enseñó coplas y canciones, juegos de mesa, y recetas de cocina. La veo, con todo el dolor de mi corazón porque entiendo que su hora llegó y ya su cuerpo no da más, está completamente envenendado por tantas enfermedades y tantos órganos fallando, pero no se quiere ir.
Escucho que la gente dice que todo tiene su tiempo y que Dios sabe cuándo la ha de llamar. Pero no concibo que el Dios de amor infinito que yo conozco permita que una de sus hijas agonice en cama, su cuerpo consumiéndose entre medicamentos y con gotas de alimento, mientras otras tres de Sus hijas sufren viendo a su madre en ese estado. Todos oramos para que se lleve a mi abuelita sin dolor y sin sufrimiento, y yo pido también porque termina la agonía de mi mamá y mis tías, que son quienes la cuidan día y noche allá en Tequisquiapan, en la casa de Adriana y su esposo americano.
Y pienso que si Dios aún no se la ha llevado es porque tal vez nos falta algo que aprender de ella, o algo le falta a ella... pero no sé qué puede faltarle a una mujer que ha vivido más de 91 años, tiene hijas, nietos y bisnietos, ha viajado, ha cantado, ha bailado y ha comido...
Entonces vuelvo a pensar que es ella quien se aferra a esta vida con todo el corazón que siempre le puso a todo lo que hacía, dejándonos una última lección de supervivencia: luchando hasta el final. Espero que sea eso y no el miedo a morir lo que la mantiene aquí. De verdad espero que esa voluntad férrea de no ceder ni un segundo de vida a la muerte se deba a que cuando pudo, disfrutó la vida con todo, hasta sus últimos años y meses de vida, en los que seguía viajando aún en silla de ruedas...
Voy a extrañar a esa viejita que tanta historia vivió. Mis oraciones están con ella. Me queda la certeza de que la veré algún día, otra vez...
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