Tuesday, September 26, 2006

The final countdown

Escribí esto hace un año y días, el 9 de septiembre de 2005, pero ahora, con los días en cuenta regresiva hacia un encuentro que no creí que pudiera darse, me ha dado por releerlo y publicarlo aquí:

Sucedió en Mérida, Yucatán, a finales de octubre de 2004, durante un congreso internacional de seguridad informática. Casi a un año del evento, pocas cosas recuerdo con claridad: el tema de algunas sesiones, el extremadamente temprano horario de la comida (a las 12:30 pm), un par de entrevistas interesantes, una conversación sobre alimentos mexicanos y las diferencias semánticas del lenguaje entre mis compatriotas y los asistentes de otros países de América Latina.
El resto de los dos días que estuve en el congreso son vagos recuerdos de la gente que conocí, a excepción de un colombiano silencioso del que solo obtuve su nombre, cargo y correo electrónico de su trabajo. Apenas cruzamos palabra durante el evento, a pesar de que nos reuníamos a comer con el mismo grupo de gente. Sin embargo, hubo un momento que quedó grabado en mi memoria por motivos indescriptibles.
Hoy, después de diez meses, no me queda lugar a dudas de que seguiré recordando ese breve instante por mucho tiempo más.
El segundo día de mi estancia en Mérida, durante el almuerzo, Jorge –el colombiano– estaba sentado frente a mí, en una mesa para aproximadamente diez o doce personas. En el grupo se contaban algunos mexicanos, costarricenses y otros colombianos; varios estábamos bebiendo agua de horchata, bebida tradicional mexicana hecha a base de arroz.
Alguien preguntó cómo se preparaba y un amigo empezó a explicar el proceso... solo que estaba algo incompleto. Debo aclarar que yo cocino poco y mal pero –por suerte para mi acervo cultural– hacía poco había leído en una caja de harina de arroz el procedimiento para preparar atole y agua de horchata, así que procedí a interrumpirlo y completar la explicación.
Mientras hablaba, miré rápidamente al frente y, al hacerlo, Jorge, que parecía estar pendiente de mi plática, esbozó una rápida sonrisa. Yo apenas le sonreí y miré hacia otro lado... la verdad es que temía que si seguía viéndolo perdería el hilo de la conversación, me sonrojaría y empezaría a tartamudear, como ya me había sucedido en un par de ocasiones anteriores.
A la fecha, mantengo contacto esporádico con él a través del correo electrónico y el messenger, pero casi todos los días recuerdo, en algún momento, esa breve sonrisa que a pesar del tiempo permanece... tal como quedaba dibujada en el aire la sonrisa del gato de Cheshire –el de Alicia en el país de las maravillas– aún después de que el animal hubiese desaparecido.

Eso fue hace un año... después se dió una conexión especial, con todos los extraños matices de un sentimiento, que por lo virtual del asunto se me antoja irreal. Ausencias y reencuentros van y vienen, y a final de cuentas, en poco menos de un mes, llegará el momento de la verdad...

1 comment:

Anonymous said...

Hola, no sé si el afortunado (y despistado) galán tenga acceso a tu blog. Me refiero, a qué tanto estás poniendo en sobreaviso al susodicho de tu vulnerabilidad sentimental. Simplemente es un comentario de alguien que te aprecia y se preocupa por ti. Sé que estás consciente de que puede haber ilusión o desencanto en el próximo encuentro, pero quieres de una vez por todas si es lo que a ambos conviene. Un abrazo. JB