Tuesday, December 18, 2007

Soberbia

¡Vaya que me costó trabajo llegar a este último post! Y es que, la verdad, se requiere de mucha humildad para escribir sobre qué tan soberbio u orgulloso es uno en realidad.
Tal vez de alguna manera pueda dar la imagen de humildad, pero lo cierto es que, mientras realizaba mi autoestudio para escribir sobre la forma en que este pecado capital me hace actuar, me dí cuenta de que soy muuuuuuy orgullosa, bastante vanidosa y, de cierto, poco humilde.
No se confundan. Tal vez me cohibe el reconocimiento público... pero claro que me gusta. ¿A qué periodista en sus cinco no le agrada ser elogiado por un buen artículo o su forma de escribir? Yo reconozco hoy que si lo que hace a un periodista es el nombre, pues yo quiero que el mío sea grande y que mucha gente lo escuche no sólo en México, sino en América Latina... ¿dónde queda la humildad con un ego así?
El diccionario Larousse define la soberbia como la estimación excesiva de sí mismo en menosprecio de los demás; que es altivo o arrogante.
Tanto el concepto de altivo, como el de arrogante, tienen la siguiente descripción: orgulloso, soberbio.
Veamos... el orgullo se define como el exceso de estimación propia, sentimiento elevado de la propia dignidad. Siempre he creído que cuando uno está seguro de sí mismo no tiene por qué adoptar una actitud prepotente, altiva... y creo (sólo creo) que en realidad no soy arrogante, es decir, no me veo como alguien con exceso de estimación propia, de ese tipo de ego o amor propio que pone los intereses propios por encima de los demás.
Sin embargo, sí tengo un sentimiento elevado de la dignidad, y aquí es donde la puerca torció el rabo. Me cuesta un trabajo enorme reconocer que no puedo yo sola, que necesito de los demás, que a veces necesito ayuda... es abrumadoramente humillante para mí pedir dinero prestado, por ejemplo... de verdad, me resulta casi vergonzoso y eso es un problema, dado que en estos meses, mientras se consolidan mis ingresos como periodista y traductora independiente, de pronto el flujo es incierto y variable, pero no así los gastos, y he debido recurrir a algunas amistades.
Sobra decir que domar el orgullo para acercarme a pedir el favor ha contribuido a mis lapsos depresivos en esta temporada... yo, que siempre fui quien ayudó a la familia como pude, que velaba por mis papás, que nunca le negaba nada a mi hija por falta de dinero, ahora estoy aprendiendo cómo es tragarte el orgullo tras chocar de frente contra el iceberg de la suerte.
De acuerdo con el diccionario, dignidad es la calidad de digno. A su vez, digno se aplica a quien merece algo, ya sea en sentido favorable o adverso. En estricto sentido, entonces, quien no puede acercarse humildemente con el vecino para pedirle un favor, es que en el fondo se siente merecedor de ello y no tendría por qué pedirlo... al menos, esa acepción aplica para mí... :P
¿Y dónde queda la vanidad en todo esto? A final de cuentas, como lo dije al principio de estos ensayos, la vanidad es el camino a muchos de los siete pecados capitales, así como otros grandes crímenes. Más allá del simple elogio de la belleza y un alto ego, la vanidad es el orgullo inspirado en un alto concepto de los propios méritos. Es decir: nos auto-adjudicamos un valor con base en lo que consideramos nuestros logros, y a partir de ahí establecemos un límite para nuestra dignidad y el comportamiento que debemos seguir, acorde a los estándares que concuerden con el nivel que nuestros méritos han alcanzado.
Voilá! He aquí mi talón de Aquiles, la razón de mi falta de sumisión y de mi rebeldía interna. Si tanto trabajo me ha costado llegar a donde estoy... ¿por qué carajos a estas alturas del partido tengo que recurrir a favores? ¡Si yo debería estar en otra posición!
Pero claro, no culpo a nadie de mis decisiones equivocadas y apechugo... y eso implica que me aguanto todas las consecuencias... y créanme, si me he tragado mi orgullo y he terminado haciendo trabajos que antes ni habría considerado, ha sido únicamente porque tengo que vestir y alimentar a mi pequeña. Si no, tal vez estaría yo en los pasos del Coronel que tan sabiamente describe García Márquez en su afamada novela: El coronel no tiene quién le escriba (una joya... léanla).
Para terminar: la virtud que se enfrenta a la soberbia es la humildad, que el diccionario define como la ausencia de orgullo; sumisión, docilidad.
La sumisión es la acción y efecto de someter o someterse; comportamiento amable y servicial. Mientras que la docilidad proviene de dócil: obediente, tranquilo, fácil de educar.
¡Sopas! De verdad, quien a estas alturas de la lectura siga creyendo que soy muy linda y afable, es porque en realidad no me conoce bien. Soy más terca que una mula. A pesar de que me gusta mucho aprender cosas nuevas, si algo no soy es fácil de educar... en cuanto percibo que alguien se acerca con intenciones de cambiarme me rebelo y empiezo a dar de coces y patadas.
Y debo reconocer que al final esta actitud permea para todas las áreas de mi vida (sentimental, familiar, profesional...) y, como entenderán, no me ha dejado buenos resultados. Aún hoy, de pronto me pregunto si mi trayectoria profesional podría ser más fructífera en una empresa pero simplemente no estoy dispuesta a cambiar lo que he venido haciendo hasta ahora...
Afortunadamente para mí, que soy creyente, Dios siempre ha estado conmigo y oportunidades de trabajo no me han faltado, todo lo contrario. Eso es bueno, muy bueno :)
¿Lo malo? Que sigo pensando que soy tan fregona que las oportunidades se me presentan a la vuelta de la esquina y corro el riesgo de ir desdeñando empleos y proyectos porque no me satisfacen, cuando hay tanta gente desempleada y con verdaderas ganas de trabajar...

1 comment:

Anonymous said...

Hola Liz. Leyéndote me identifico mucho contigo. Yo también me he tenido que tragar mi orgullo para poder sacar adelante a mi familia. No puedo negar que en tu vanidad radica una buena parte de tu arrebatadora sensualidad. Te mando un beso. GW