Thursday, July 08, 2010

Jungla de emociones

Tratándose de él, siento mi corazón como si fuera una jungla de sentimientos salvajes, indómitos, rebeldes e independientes; que luchan entre sí, se pelean, se superponen, se dominan, se aniquilan y se dan vida unos a otros.

Como en un safari, paso de una emoción a otra en cuestión de minutos. El paso de los días me lleva de la serena paz de un león dormido después de una buena comilona, hasta el potente ímpetu de un rinoceronte enfurecido, pasando por la ruidosa algarabía de los monos que brincan entre las ramas de altos árboles.


Hace más de un año que empecé a salir con él, pero creo que fue por estas fechas que me empezó a gustar, y ya hacia finales del año pasado estaba tan clavada que empecé con un desfile de emociones, como en montaña rusa, donde a veces estás arriba y otras abajo, donde a veces lo disfrutas y otras lo sufres...

Todo empezó como simple coquetería, como las gacelas que se pasean delante de los depredadores hambrientos jugando a ver si son más veloces que su victimario durante la escapada. Pero en algún momento me atrapó. Después del temor inicial, mientras sentía mi sangre agitada correr por el cuello que el carnívoro sostenía entre sus dientes, me dejé llevar por mi suerte hacia ese fín fatídico que sabía que llegaría tarde o temprano.

Como los vampiros, como las sanguijuelas, como los mosquitos, que succionan sangre de sus víctimas sin llegar a matarlas, así me tuvo mi adorado victimario. Y en medio de este letargo experimenté una variedad de emociones: cada una intensa como los animales salvajes.

Sus besos y sus sonrisas me hacían elevarme como águila, planeando feliz; sus ausencias me hacían caer al suelo y arrastrarme como serpiente buscando huecos oscuros para esconderme; sus mensajes y cada forma suya de contactarme me hacían brincar de alegría como simios en festejo social; los celos, los terribles celos, eran tan pesados como una estampida de elefantes aplastando mis ideas, pisoteando mi cariño... el dolor y la tristeza me regresaban de nuevo a la posición de la gacela herida, siendo devorada por las leonas mientras aún está con vida, sintiendo cómo sus miembros son desgarrados, y entonces el instinto de supervivencia me hacía querer salir huyendo de ahí, lo más lejos posible, pero como los chitas, la huída a altas velocidades calentaba mi organismo y me dejaba extenuada, otra vez a merced de los depredadores.

Y mientras yo estaba ahí, con mis ojos suplicantes esperando que el victimario se apiadara y me dejara huir, éste se acercaba despacio pero amenazante, como un agresivo oso grizly, insaciable y buscando destrozar hasta la última parte de su alimento antes que dejarlo ir. Y nuevamente sus sonrisas, sus miradas y sus falsas promesas... y aunque siempre supe que no era más que un lobo vestido de oveja, me fui como cordero tras de él, una vez y otra vez, gozando mientras me devoraba en su egoísmo, en sus ansias de ser querido sin querer, sin entregarse nunca en verdad.

Y así, he sufrido como leona hambrienta, he gozado como chimpancé satisfecho después de atragantarse y dormir, he sentido la ira que lleva a bestias como el rinoceronte y el oso a atacar con todo, me he sentido vulnerable y expuesta como venado que ha sido abandonado por su familia enmedio de un terreno plagado de depredadores, he sentido el viento bajo mis alas, llenándome de fuerza para volar, y he sufrido la presión sobre mi pecho, como león aplastado por un furibundo elefante.

Pensando en todo esto es que ya no quiero verlo más. Pero de pronto sucede que entre más le digo que ya no quiero verlo, más se hace presente, insistiendo, acechando, esperando el momento en que me halle nuevamente vulnerable para asestar otra vez el golpe letal que me llevaría de vuelta a sus pies, a su voluntad...

Es sólo que ya no quiero. Ya no. He puesto estas emociones a resguardo en sus jaulas en un zoológico y no pretendo que salgan de ahí.

Y sin embargo... cada intento suyo por hablarme provoca que todos los animales de mi corazón se alboroten dentro de sus jaulas, ansiosos por salir otra vez, como caballos desbocados en carrera a campo traviesa, gritando, aullando, rugiendo desesperadamente, hasta que finalmente mi razón logra adormecerlos con dardos certeros de argumentos que logran convencer hasta al más rebelde de mis sentimientos.

Estoy tranquila ahora, convencida de lo que hago. Pero a veces, por alguna grieta del zoológico, alguno de estos animalitos logra filtrarse... a veces es la esperanza disfrazada de gaviota, otras, las ganas oscuras, cual pantera negra, acechando la más mínima oportunidad de saber de él. ¡Vaya que le toca una ardua tarea de 24 x 7 x 365 a la razón guardiana de mis emociones!

Eso es todo lo que tengo ahora: la razón. Y la fe de que si logro soltar todo esto y ponerlo en manos de Dios, él ayudará a mi corazón a recobrar la paz.

¡Caray! ¿Quién me manda ser tan intensa?

1 comment:

Juan Valdez said...

Creo que no pudiste decribirte mejor, con la metáfora de la jungla de emociones... te conozco y te puedo imaginar. Ya llegará el momento correcto y ojalá no haya presas ni depredadores, ojalá sea sólo equilibrio. Un abrazo!