Pues a mí me sucedió.
Para no hacer largo el cuento, resulta que por medio de un contacto de trabajo que reenvió la información de los cursos que impartimos, me escribió un chavo que se apellida Arbesú. Se intrigó por mi apellido, pues aquí en México no somos muchos. Pero cuando me dijo cómo se llamaba su abuelo me quedó claro que, en efecto, somos primos.
Preguntando a nuestras respectivas madres, confirmamos que su abuelo y el mío eran hermanos. Intercambiamos algunos correos, luego chateamos y finalmente ayer nos conocimos en persona.
Mi hermano Paco y yo teníamos bastante curiosidad por conocer a este primo porque, francamente, tenemos muchas lagunas históricas en lo que respecta a la familia, sobre todo, en la historia de mi abuelo materno. Así que ésta se antoja como la oportunidad para descubrir esas piezas que nos faltan del rompecabezas familiar.
Aunque ya lo sospechábamos, descubrimos que la versión que tenemos de ciertas cosas es en realidad una imagen que mi abuela quiso construir sobre mi abuelo... pero del dicho, al hecho, hay mucho trecho.
Las cosas que nos contó nuestro primo, sin embargo, no son una desilusión. Es un aprendizaje sobre nuestro pasado que nos ayuda a entender las cosas como son el día de hoy.
Todas esas cosas que nos marcan sin querer, sin que sepamos por qué pasan, y de las que tratamos de escapar pero no podemos porque no entendemos la raíz del problema.
Esos lazos familiares nos atan, nos condenan, mientras no los hagamos presentes y declaremos entonces, de manera consciente, que no nos corresponde a nosotros cargar con culpas ajenas.
Así, pues, con la promesa de reunirnos todos los primos de ambas familias, nos despedimos el viernes después de una agradable velada. La idea, además de conocernos, es hallar entre todos esas piezas faltantes, unir esos lazos perdidos que se requieren para hacer el cuadro completo de nuestra historia familiar...
No comments:
Post a Comment