Hace semanas no escribo nada... he tenido ganas de pasar por aquí muchas veces pero por una u otra razón no lo había hecho. Sin embargo, este día lo amerita.
En la madrugada dejó de existir una de mis abuelas, la mamá de mi papá, una señora que durante muchos años admiré por considerarla una mujer robusta y animosa, de carácter firme, madre de cinco hijos, abuela de 15 nietos y bisabuela de siete pequeños y una que está casi por nacer...
A Carmen Torres, Carmela -como le dicen alguno de mis primos-, le debo las primeras pruebas de inteligencia que nos realizaron. Todos en la familia pasamos por ello, pues mi abuela era maestra y llegó a ser directora de una escuela para niños con problemas mentales, así que se encargó de realizar a sus nietos una valoración temprana, je...
Reconozco que no la he llorado nada aún... siempre me cuesta trabajo que ciertas noticias pasen el filtro y lleguen a mis sentimientos. Pero también es que mi papá se empeñó tanto en que no tuviéramos contacto con su familia al principio, y luego sus propios hermanos así lo permitieron, que aún cuando ya crecimos y hemos sido mis hermanos y yo quienes buscamos a la abuela y a mis tíos, fue muy difícil establecer un lazo profundo.
No así para mi hermana, quien si estrechó relaciones con mi abuela y esta noticia la tiene llorando desde anoche.
Yo logré dormir, esperando a que nos llamen para decirnos a dónde tenemos que ir, pero desperté con una sensación de pérdida, y fue cuando me vino a la mente que a mi abuela Carmen le debo el privilegio de haber viajado a Francia, donde no solamente conocí París, sino también Chantilly y Normandía, el lugar donde desembarcaron los aliados el famoso día D, durante la Segunda Guerra Mundial.
Mi abuela era una mujer dedicada, respetuosa, un tanto seca pero cariñosa a su manera; cada año nos reuníamos todos en su casa, sin falta, el 5 de enero para abrir los regalos que ella preparaba para todos y cada uno de sus hijos, yernos y nueras, nietos, esposos y esposas de los nietos, y bisnietos. Casi 40 regalos... detalles casi siempre, a veces, algo más... supongo que con su partida se termina también la ocasión de reunirnos para seguir recibiendo "al niño dios" -porque con ella no eran los Reyes Magos, sino el niño Dios.
Estoy segura que la altura de mi hija se debe en gran parte a los genes de mi abuela Carmen, pues siempre fue una mujer alta y fuerte. Mi ex dice que su abuelo materno también era alto, y tal vez entre su abuelo y la mía logramos a la niña enorme que tenemos hoy... no hay de dónde más...
Mi abuela, quien nunca permitió que la llamáramos cariñosamente: abuelita, alojó a mi papá en su casa cuando él ya no tuvo más opción ni a dónde ir, de manera que ahora que mi papá es quien cuida a mi hija por las tardes, mi nena tuvo mucha oportunidad de convivir con ella, y yo siempre le agradecí que permitiera que Valeria pasara casi todas las tardes en su casa... aún no le he dicho a mi hija, por cierto... sigue dormida... pero tendré que decirle y supongo que la entristecerá.
El recuento de los recuerdos, la sensación de saber que mi hija estará triste y la empatía por quienes le sobreviven a mi abuela y que seguramente no la están pasando nada bien (mis tíos y primos, mi papá y mi hermana), me han provocado un nudo en la garganta. Sin embargo, no puedo llorar, no me sale aún...
Seguramente al rato, en el sepelio, inundada del sentimiento de pérdida de quienes convivieron más con ella, se quebrará esta barrera, este filtro emocional que ahora me bloquea, y me desahogaré de lo poco o mucho que me duele. Sé también, ya por experiencia, que a mí las pérdidas me pesan después, cuando el tiempo hace más notorias las ausencias... así que no me sorprendería que mi luto empiece en cuanto vea a mi familia en el sepelio y continúe hasta que yo entienda finalmente lo que significa para toda esta familia haber perdido a su pilar.
Estoy también tranquila porque tuve la oportunidad de despedirme, pues ya sabíamos que estaba mal. Pero de cualquier forma, uno nunca se espera el día en que recibirá una noticia así... al menos yo no esperaba la llamada de mi papá, sino de mi mamá, pues mi otra abuela también está muy mal ya, a sus casi 91 años...
Carmen falleció el 20 de marzo de 2010, poco antes de cumplir 87 años. Que Dios la tenga en su seno... como dicen algunos: nos volveremos a ver.
Por lo pronto, ya se despertó mi hija y debo prepararme para darle la noticia.
Adiós abuela. Gracias por las lecciones de vida, por mantener unida a la familia Pérez, por los detalles, por el apoyo... Gracias por París, por el Museo de Louvre, los Champs Elisee y la vista desde la Tour Eiffel. Gracias por el cariño, por las chambritas para Valeria, por las largas horas de lectura en tu biblioteca, en las que me chuté toda la colección de clásicos infantiles... gracias por mantener abiertas las puertas de tu casa para todos.
Descansa en paz, Carmela. Te sobrevive tu numerosa familia, quien no dejará que tu memoria se borre.
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