Monday, August 30, 2010

Las piedras del camino

Cada que puedo, camino. Camino mucho, lo más que puedo, como ejercicio físico y de relajación. Mientras lo hago, me libero de energías negativas, pienso mucho y quemo calorías. Trato de que mi hija camine también conmigo para inculcarle el hábito de caminar y ejercitarse sin sentirlo como algo pesado.

Hace unos días, en el camino a casa había una piedrita en el camino. Se me ocurrió patearla. Después la volví a patear y pensé que sería buena idea que entre Vale y yo fuéramos pateando la piedrita hasta la casa, para hacer el trayecto más divertido. Le gustó. Ahora, cada que encuentra una piedrita en la calle, le da por que la vayamos pateando hasta llegar a la casa.

Es divertido, salvo en las ocasiones que la piedra sale de la banqueta y queda bajo algún carro, en plena avenida o en algún charco, donde ya no la podemos recuperar. En vez de decir "ni modo", Valeria empieza a buscar piedras que seguir pateando el resto del camino, y eso llega a ser tedioso... es como que no puede dejar esa piedra atrás, ahí, en el camino, y se empeña por conseguir otra en vez de seguir caminando como si nada.

Sin embargo... hoy creo que soy algo similar... en lo que se refiere a las piedras -y hasta rocas- que se cruzan en mi vida.

Alguna vez me llegó una de esas presentaciones de power point que tienen mensajes de reflexión, que hablaba justamente sobre las piedras del camino. Decía que a lo largo de la vida encontramos piedras de distintos tamaños, que algunas podemos llevarlas con nosotros y otras no; con algunas tropezamos y nos lastimamos, otras podemos brincarlas o rodearlas, pasar sobre ellas; algunas están enterradas en la tierra, otras nos hacen perder el paso al girar bajo nuestros pies, como la grava suelta...

En fin... la variedad de piedras, rocas y piedritas es tal que enriquecen nuestra vida. El secreto radica en entender qué piedras podemos cargar y llevar con nosotros y cuáles hay que dejar, porque son muy pesadas para llevarlas con nosotros o porque tal vez son filosas, o estén llenas de bichos. A final de cuentas, no son más que objetos del camino y hay que dejarlas atrás sin rencores, ni pasiones. En resumen, hay que aprender a observar el paisaje y dejarlo como está.



Pero el ser humano es terco. Insiste en tratar de quitar las piedras del camino para hacerlo más suave al andar y en ello pierde mucho tiempo. En su afán por limpiar su sendero, provoca derrumbes y cae víctima de grandes rocas que lo obstaculizan. Para cuando se da cuenta, es más fácil rodear esa gran roca y abrir otro camino, que tratar de continuar por el mismo. Sin embargo, hay quienes se empeñan en quitarlo a pico y pala... algunos quizás lo logren, pero en el trayecto pierden tiempo y esfuerzo valioso.

Yo he tratado en verdad de crecer y ver más allá de lo que mis alocados sentimientos me dejan. Y de vez en cuando, como hoy, llego a tener pequeñas revelaciones que me ayudan a esclarecer el sendero delante de mí: Yo soy Valeria, obsesionada con esas piedritas que se me pierden en el camino, tratando de sacarlas de debajo de los carros, buscando nuevas piedras de tropiezo que llevar pateando de regreso a casa a ver si alguna me agrada lo suficiente como para meterla a mi hogar y conservarla.

Lo cierto es que me cuesta mucho trabajo simplemente dejar que algunas piedras se queden donde están, porque me gustaron mucho y no las quiero dejar ahí. Sin embargo, hay que aprender también a soltar, a desprenderse, a seguir...

Y en este proceso sigo, aprendiendo y, espero, creciendo. A ver si esta nueva visión me ayuda si no a dejar de tropezarme, sí a dejar las piedras donde están y no pretender llevarlas conmigo... ni aunque sea a patadas.

Thursday, August 26, 2010

Su doble, aquí

Cada vez que lo veo entrar al elevador se me corta la respiración. Es tan parecido a Jorge que por segundos me parece verlo aquí, en cada ocasión que me cruzo con él. Se parece tanto físicamente... bueno, le faltan como 20 centímetros de estatura para llegarle, pero por lo demás es casi como ver su holograma... con excepción, claro, de que éste tipo es un mamón y Jorge no lo era.

En verdad, es el fulano que se cruza contigo 20 veces en el elevador y no es capaz de responder un "buenos días" ni por la más remota cortesía. Y no lo digo sólo porque sí. Ha habido ocasiones en las que habemos como 3 o 4 personas en el elevador y él entra con otros dos compañeros y entre todos se cruza el "buenas tardes" o el "compermiso - propio" y éste fulano no abre la boca.

Me acuerdo que en mi último viaje a Bogotá le decía a Jorge que me gustaría que tuviera un clon para traérmelo al DF... pues bien, cada que veo a este tipo por milésimas de segundo me parece que aquí está... hasta que, claro, su actitud casi grosera me hace ver que no es él.

Lo que sí es cierto es que invariablemente después de toparme con este vecino, mi mente y mi corazón vuelan a Bogotá y le envían mis mejores deseos a ese colombiano que aún guarda parte de mi corazón.

Tuesday, August 24, 2010

Arcoiris en el campo de guerra

Y seguimos en el campo de batalla, donde cada intento es un soplo de vida, un rayo de sol en medio de las tardes lluviosas, una nueva sonrisa.

Enmedio de esta lucha del "sí" y el "no", en donde ambas partes esgrimen sus mejores estrategias, los rayos de luz que asoman entre las nubes calientan un poco el corazón e iluminan los días.

No se trata de esperar nada, no hay esperanza ilusa en esta guerra. Son simplemente unas cuantas gotas de alegría, brisa refrescante, impulso para seguir adelante... un arcoiris en medio del campo... una vista perfecta de una imagen imperfecta.

Como el arte, que no se puede apreciar si se le ve demasiado cerca; como el sol, cuyo calor es imprescindible pero se debe mantener a distancia para no quemarse; como la lluvia, que es básica para la vida pero en cantidades moderadas, así es también este sentimiento que aún vive en mi corazón. De lejos... a distancia y con bastante tiempo de por medio, para poder apreciar lo bueno que queda. Sólo eso. No necesito más. :)

Tuesday, August 17, 2010

Love is a battlefield...

Anoche, acurrucada en mi camita, tratando de descansar de esta gripe que me tiene con la nariz hinchada, ví una película llamada "Amor y sexo".

No supe si reir o preocuparme con la escena inicial: una pequeña enamorada de un niño muy guapo pero que la trata mal frente a sus amigos, para que ellos no sepan que en realidad son novios. Ella no aguanta las ganas de platicar con alguien y se lo cuenta a una "amiga" que divulga por todo el colegio el oculto noviazgo, tras de lo cual él rompe con ella y ella, en medio del llanto, le grita: "¡Espera! ¡Les diré a tus amigos que no es cierto y dejaré que me golpees más fuerte!"

Sobra decir que el resto de la película trata sobre los amores y desamores de esta mujer en su etapa adulta.

Sin embargo, me quedé pensando en algo que dijo la voz en off de la narradora (hasta regresé la peli para volver a escucharlo, je): "El amor es como un campo minado. Das un paso en falso, estallas, te levantas, vuelves a unir tus pedazos y das otro paso. Supongo que algunos prefieren estallar mil veces que estar solos."

Y me hace sentido. Porque en cierto sentido, así soy. No es que no sepa estar sola. Sí sé estar sola, pero no me gusta. Más bien, creo que estoy dispuesta a unir los pedazos de mi corazón y verlo estallar mil veces antes que lidiar con el vacío que se siente cuando no se está enamorada.


Y es que una cosa es estar sola, y otra muy distinta es estar desenamorada. El hueco es enorme. Y sí, prefiero caminar por el campo minado aún cuando todas las señales indican que por ahí no conseguiré más que reventar en mil pedazos. Lo hago a sabiendas del riesgo, así que ya no me quejo.

La verdad es que no sé ser de otra manera. Esto de sentir con intensidad te lleva a gozar el amor con todo, pero a sufrirlo de la misma manera, y por ende, el vacío que queda cuando no hay sentimiento dirigido es también muy grande.

Sí, yo sé qué hay de trasfondo en lo que estoy escribiendo y sé que algunos querrán publicar algún comentario como "estás enamorada del amor" y cosas así. Pero, ¿saben qué? Ya dejé de pelear con mi forma de ser y de sentir. Si siento el amor con todo, el desamor también. Y créanme que prefiero mil veces vivir enamorada a ratos que sentir este hueco parece absorber lo bueno, como un hoyo negro.

Así que me alisto, como los soldados que regresan a casa de una guerra y no se hallan en su pacífico hogar y se vuelven a enlistar, con tal de vivir la adrenalina en el frente de batalla. Bien lo dice esa famosa canción de los 80's (¡ah, qué tiempos aquéllos!): "el amor es un campo de batalla." Enfrentémoslo como va. Y que sean las heridas del corazón, cicatrices de guerra, cuentos que contarle a mis nietos cuando sea mayor, lecciones de vida, experiencia y sabiduría. Al menos, como dice la canción "Gitana" de Shakira, he aprendido a caer y levantarme otra vez, sin quejarme.

Mi abuelita solía decir que si íbamos de día de campo y regresábamos sin un rasguño y con la ropa limpia era señal de que no nos habíamos divertido. Así pues, mientras llega el hombre correcto yo andaré en el campo del amor como se debe. Espero que al final del día, cuando me vea cubierta de lodo, empapada por la lluvia y llena de rasguños y heridas, pueda decir con una gran sonrisa de satisfacción: valió la pena :D