Empecé el 2019 enferma. Luego siguió mi hija, y luego mi marido. Como parte de mi recuperación no pude iniciar el año con ayuno como lo he hecho los años pasados, pero tampoco me di el tiempo para hacer oración por lo menos... La verdad es que he estado desganada y tengo tanto que revolotea por mi cabeza que muchas veces, cuando trato de orar, simplemente no sé por dónde empezar ni por dónde continuar.
Cumplí 43 años ya. Mi primer cumpleaños sin mi mamá, aunque ya el año pasado lo pasé mal y deprimida pues sabía que ella estaba próxima a morir. Traté de pasarlo bien con mi familia cercana, pero en un momento dado no pude evitar llorar al recordar a mi mamá en el abrazo de una tía... Ni hablar, un año más y un paso más que dar en el camino de la vida.
Aún no se cumple el año de aniversario luctuoso de mi mamá, pero ya es hora de descargarme el luto de los hombros. Sé que la seguiré extrañando mucho tiempo, toda la vida, pero miro atrás y veo lo complicado que fue 2018 para mí y necesito que este año sea diferente, mejor, más optimista, más productivo. No puedo darme el lujo de perder más tiempo en medio de las telarañas mentales de mi cabeza. Tengo que sacudírmelas y dar otro paso adelante.
Tengo una empresa en stand-by que requiere atención. Tengo un buen trabajo que debo cuidar (mientras respondía la evaluación de fin de año me sentía mal por todos los objetivos no logrados, que ni siquiera las metas cumplidas me hicieron sentir mejor). Tengo que seguir avanzando profesionalmente. Ya es hora de terminar la pausa.
Y tengo (tenemos) proyectos personales y familiares. Este año marcará cambios positivos, lo sé. Es solo cuestión de seguir avanzando, un pie tras otro, reactivar la maquinaria de los sueños que me han permitido llegar a donde estoy y que deben llevarme a donde quiero llegar.
Necesitaba unas vacaciones para recargarme antes de todo esto, pero con la influenza no se pudo. Ni hablar, la vida una vez más enseña que más importante que los planes es la resiliencia y la voluntad de seguir andando y no quedarse quieto; no importa si se avanza de frente, si se dan pasos de lado o si se tiene que desandar parte del camino para encontrar otra ruta y avanzar por ahí, lo importante es no dejar de caminar.
2018 fue una pausa. Fue preciso detenerme para llorar, para respirar, para cerrar los ojos y soltar. 2019 es el año de seguir dando más pasos rumbo a las metas planeadas. Y espero que Dios esté conmigo, o mejor dicho, espero caminar junto a Dios en cada fase del camino.
Es hora. Otro paso más...