Hace muchos años, cuando tenía unos catorce, choqué una moto. De ahí se me quedó un gran miedo por volver a subirme a una. Pero anoche tomé al toro por los cuernos y me trepé a la moto de Jorge, quien me llevó a conocer Bogotá, tanto por sus calles como desde el mirador, donde tomamos un canelazo, que es una bebida dulce a base de aguardiente, que se sirve muy caliente... humeante.
Una cosa que me dió mucha confianza es que aquí el uso de casco y chaleco fluorescente es obligatorio, y ambas protecciones deben tener el número de placas de la moto. Eso cuenta tanto para el piloto como para el acompañante. Además, Jorge me facilitó un par de guantes, así que me sentí más tranquila.
Y el día de hoy me prestó sus rodilleras y una chamarra de motociclista y salimos de Bogotá, a un sitio al sur de la ciudad, en la zona de los llanos, llamada Villavicencio. Allá hace calor (acá hace frío y está lloviendo) y la vegetación es abundante, verde y variada, típica del clima templado tropical. Y les cuento que acá sí hay vacas en el campo... ¡por montones! No como en México que sale uno a carretera y ahí cada media hora alcanza a ver una vaca fea y flaca.
Pasamos por un pueblito llamado Caqueza... sí, así se llama. Después pasamos por Quetame y al final por Guayabetal. En el camino desayunamos unas arepas, y ya en Villavicencio, con un amigo de Jorge, comimos unas mamonas (sí, así como suena), que es carne de becerro, muy rica; la sirven con yuca, papa horneada y plátano macho (acá le llaman maduro). Y de tomar, una bebida hecha a base de cerveza (que acá les dicen polas, en vez de chelas) con refresco; eso hace una bebida de sabor dulce, casi como un Boones o Caribe Cooler, pero con cerveza en vez de vino.
Visitamos un bioparque donde hay un serpentario con anacondas y boas, y un acuario con unos peces enooooormeess, literalmente. Recuérdenme de contarles cómo es que uno puede alimentar a los pumas, jejeje.
De ahí emprendimos el camino de regreso a Bogotá antes de que oscureciera, porque acá amanece desde las 5 o 5:30 y anochece por ahí de las 6. De regreso no nos detuvimos, así que excuso decirles que llegué con la espalda y las pompas bien jodidas. En Bogotá llueve todos los días, así que directo a la regadera y a dormir, no sin antes probar un chocolatito caliente al que le ponen unos cuadritos de queso para que se medio derrita con el calor, y una oreja, que acá les llaman corazones.
Mañana les cuento más sobre la comida que he probado y de cómo me va por acá. Solo les adelanto que la mamá de Jorge es un amor y me ha tratado increíblemente bien.
Un abrazo, desde la fría capital colombiana.
1 comment:
Por lo visto la aventura culinaria estuvo magnífica, ya hasta se me abrió el apetito. Con todo y que lo platicaste de prisa alcanza uno a echar a volar la imaginación para transportarse a las escenas que cuentas (claro que esa imaginación no incluye ir agarrados de la panza de Jorge, apapachándolo jajaja). Que bueno que te traten como te mereces, como reina. Sigue disfrutando el viaje. Lo bueno es que ya te percibo como otra vez tú y no la niña apanicada de la última publicación. Un abrazo. JB
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