Casi un año ha que falleció una prima muy querida y, aunque con menos dolor y tristeza, aún la extraño mucho. Reproduzco, en su memoria, fragmentos de un extenso poema de Manuel Acuña titulado A un cadáver.
Mane: sigues en mi corazón...
¡Y bien! Aquí está ya... sobre la plancha
donde el gran horizonte de la ciencia
la extensión de sus límites ensancha.
Aquí donde la rígida experiencia
viene a dictar las leyes superiores
a que está sometida la existencia.
Aquí donde derrama sus fulgores
ese astro cuya luz desaparece
la distinción de esclavos y señores.
Aquí donde la fábula enmudece
y la voz de los hechos se levanta
y la superstición se desvanece.
(...)
Aquí estas ya... tras de la lucha impía
en que romper al cabo conseguiste
la cárcel que al dolor te retenía.
La luz de tus pupilas ya no existe,
tu máquina vital descansa inerte
y a cumplir con su objeto se resiste.
¡Miseria y nada más! dirán al verte
los que creen que el imperio de la vida
acaba donde empieza el de la muerte.
Y suponiendo tu misión cumplida
se acercarán a ti, y en su mirada
te mandarán la eterna despedida.
Pero, ¡no! tu misión no está acabada,
que ni es la nada el punto en que nacemos
ni el punto en que morimos es la nada.
Círculo es la existencia y mal hacemos
cuando al querer medirla le asignamos
la cuna y el sepulcro por extremos.
(...)
Tú sin aliento ya, dentro de poco
volverás a la tierra y a su seno
que es de la cuna universal el foco.
Y allí, a la vida en apariencia ajeno,
el poder de la lluvia y del verano
fecundará de gérmenes tu cieno.
(...)
En tanto que las grietas de tu fosa
verán alzarse en su fondo abierto
la larva convertida en mariposa.
(...)
Y en medio de esos cambios interiores
tu cráneo lleno de una nueva vida,
en vez de pensamientos dará flores.
(...)
La tumba es el final de la jornada,
porque en la tumba es donde queda muerta
la llama en nuestro espíritu encerrada.
Pero en esa mansión a cuya puerta
se extingue nuestro aliento, hay otro aliento
que de nuevo a la vida nos despierta.
Allí acaban la fuerza y el talento,
allí acaban los goces y los males,
allí acaban la fe y el sentimiento.
Allí acaban los lazos terrenales,
y mezcaldos el sabio y el idiota
se hunden en la región de los iguales.
Pero allí, donde el ánimo se agota
y perece la máquina, allí mismo
el ser que muere es otro ser que brota.
(...)
Que al final de esta existencia transitoria
a la que tanto nuestro afán se adhiere,
la materia, inmortal como la gloria,
cambia de formas, pero nunca muere.
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