Estos días he platicado con varios amigos (y amigas, para hacer la diferenciación de géneros como nos enseñó nuestro ex presidente Fox) sobre las relaciones. ¿Qué nos lleva a acercarnos a alguien? ¿Por qué nos enamoramos de alguna persona en particular aún cuando no sea conveniente para nosotros? ¿Qué nos motiva a aguantar a pesar de que nos hacen daño?
Razones hay muchas, pero al final, después de desmenuzar los argumentos, todo se reduce a causas muy simples.
Hablábamos sobre la carga genética, sobre ese código interno que nos mueve a sentirnos atraídos subconscientemente por tal o cual persona, por determinadas características; hablamos también del equipaje socio-cultural y familiar que cada individuo carga y cómo, en relación con nuestro código genético, actúa a favor o en contra de nuestras decisiones amorosas.
Pero más allá de esas fuerzas naturales que nos llevan a tomar cierto camino, también hay razones que nos mueven a quedarnos aún cuando vemos que las cosas no están funcionando como debieran.
De pronto he visto de cerca historias de hombres y mujeres que aguantan, que se quedan, que siguen luchando a pesar de que todas las circunstancias están en contra... incluso cuando el mismo objeto del amor demuestra con sus acciones que no está enamorado. ¿Por qué seguir?
Causas hay muchas: rebeldía, obsesión, una patética dependencia, baja autoestima, necedad, ceguera, miedo a la soledad, amor...
Rescatando las pláticas, puedo resumir que a veces sabemos lo que hay, pero mientras no nos conste preferimos hacer como que no lo vemos, porque una vez que reconocemos la realidad no nos queda más que actuar, ya sea asumiendo la realidad como es y aceptándola, o negándonos a asumirla y separándonos de lo que consideramos incorrecto.
Creo que muchas personas tratan de cerrar los ojos porque el camino que sigue es de todos modos doloroso. Decía una de mis amigas que una vez que se ve la realidad una ya no se puede hacer ni la loca ni la pendeja, y tiene razón. Podrás seguir con esa pareja que te es infiel o que no te trata bien, pero ya no puedes inventarle mil pretextos para justificar su comportamiento, simplemente queda asumir las cosas y aceptar que si uno ama a la persona en verdad y quiere pasar tiempo con ella, tendrá que hacerlo a sabiendas de que el corazón de su amado no le pertenece y no queda más que aguantar.
La alternativa no es menos dolorosa: si uno decide cortar de tajo porque le parece inaceptable seguir con una persona que lo hace sentir mal, eso no quiere decir que el sentimiento se va a ir inmediatamente. Es como cuando un miembro del cuerpo se empieza a engangrenar... sabemos que tarde o temprano hay que cortarlo. Podemos hacer como que no pasa nada pero es obvio que se está muriendo. Podemos intentar salvarlo pero si nada funciona, hay que cortarlo, y entre más tiempo pase, más se va a extender la enfermedad y tendremos que cortar más.
Pero cuando cortamos sigue doliendo. Duele aunque no esté: duele la herida, duele la ausencia de ese miembro. Entra uno en síntoma de abstiencia como drogadicto y viene la desesperación, la ansiedad de buscar ese brazo y volver a colocárselo aunque esté muerto y podrido. No, el hecho de que uno decida que no quiere agonizar lentamente por seguir en una relación no quiere decir que se deje de sufrir. Al contrario, tal vez sea más fuerte y más doloroso... al menos hasta que se supere el síndrome de la abstinencia... y las consecuentes recaídas.
Así que en resumen, para quitarle lo complicado a esto de las relaciones, creo que finalmente sólo queda decir que las relaciones se construyen (o destruyen) por una combinación de factores simples: necesidad, soledad, compañía, intereses en común, dependencia, mediocridad, deseos de superación, sueños compartidos, cariño, pasión, lujuria, rebeldía... la mezcla adecuada de factores hace que entonces haya parejas que sobreviven más allá del entendimiento: el macho y la sumisa, el necesitado y la aprovechada, el sádico y la masoquista... No hay más a qué buscarle.
Yo por eso ya no le busco mil razones a lo que siento. Reconozco que mi caso hoy en día se reduce a motivos que van más allá de mi comprensión. Me encuentro extrañando como loca a un hombre que no me conviene, a sabiendas de que no podemos estar juntos porque me hace daño. Pero... ¿y qué? Saberlo no me quita el sentimiento. Y no importa cuánto me diga que no debo volver, no puedo negar que hoy que supe de él mi corazón se tranquilizó y hasta se alegró, después de varios días de inquietud.
No puedo negarlo. Por errado que sea este sentimiento aún lo tengo clavado. Aún me sigue llevando a oscuras cavernas el no tener noticias suyas, y una sola señal de su parte, por pequeña que sea, me devuelve la calma, el sol y la sonrisa.
Y sí, claro que tengo mejores opciones, pero ¡qué diablos! Este tonto corazón no sabe de balanzas ni conveniencias. Bien dicen que el amor es ciego y la locura es su guía. Y bueno, hoy por hoy, sigo loca y tontamente enamorada de un mujeriego.
Y a veces, sólo a veces, quisiera no haberme dado cuenta de la realidad y vivir como hacen muchas otras mujeres, felices en su ceguera, negando para sí los momentos de dolor a cambio de unos ratos de plenitud con el hombre que aman.
Lo malo, en mi caso, es que ya no puedo hacerme la loca ni la pendeja; no puedo cerrar los ojos a la verdad, y me sé tan valiosa que no me puedo conformar con migajitas de cariño. Abrir los ojos forza a tomar decisiones... y yo he tomado la mía... pero, ¡por Dios, cómo lo extraño!
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