Desde entonces, la vida se respira un tanto distinto. Tus recuerdos afloran a cada momento, haciendo más palpable tu ausencia. Y de pronto todas las lecciones que nos dejaste están presentes y vivas en nuestros corazones y nuestras memorias.
Si bien hay recuerdos agridulces o amargos, hay muchos otros alegres, dulces y de gran valor, que hoy atesoramos en el alma.
Pero también en tu ausencia nos vienen nuevas lecciones. Hace dos días, por ejemplo, me tocó desempacar esa caja de cubiertos Oneida que te regalaron el día de tu boda, hace 45 años. Cubiertos que nunca estrenaste. No sé si esperabas un día especial para sacarlos. No sé si considerabas que no era necesario sacarlos porque en el departamento siempre hubo exceso de cubiertos. O tal vez nunca los sacaste porque tenían un valor muy especial para tí... pero el hecho es que decidí quedarme ese juego de cubiertos y regalar casi todos los cubiertos viejos.
Mientras abría la caja, con lágrimas en los ojos, me quedó claro algo que ya tenía en mente desde hace tiempo, pero que en ese momento fue completamente palpable: las cosas son para usarse y no deberíamos tener cosas sin usar (con excepción, claro, de ciertos objetos únicos o de colección).
Hoy me pregunto si no hubiera sido bueno que le regalaras esa misma caja de cubiertos a Paola el día de su boda... hubiera sido un buen regalo para tu hija, alguien que valoraría esos objetos tanto como yo lo hago hoy. Pero desconozco las razones por las que nunca abriste esa caja, y ya no hay forma de saberlas.
En tus últimos años de vida te volviste acumuladora de cosas intrascendentes. Tuvimos que tirar tanto a la basura que cuando encontramos las cosas buenas aparecían como un tesoro ante nuestros ojos. Y yo prometo cuidar estos cubiertos tanto como sea posible. Pero también prometo darles uso todos los días, que para eso son. Y cada día que los vea, recordaré que eran tuyos y me acordaré de ti.
Es dura la vida sin ti mamá. Ojalá estuvieras aquí...