*** Al fin juntos ***
Finalmente llegó el día tan esperado. Nikita se había levantado temprano y ya había desayunado. Ahora paseaba ansiosa por el jardín, esperando escuchar en la casa los pasos de su amigo. Había llovido durante la noche y el pasto estaba lleno de rocío. Como ya empezaba a hacer calor y Ramón tardaba en bajar, Nikita se echó en el pasto y rodó, mojando todo su pelo y llenándose del aroma peculiar de la tierra mojada.
"¡Eh, Nikita, espérame!", gritó Ramón desde la puerta. Ella se levantó y corrió hacia él, mientras él bajaba las escaleras y se acercaba al jardín. "Ya sabes que me gusta que nos revolquemos juntos en el césped mojado... aunque mi mamá se enoje y luego me diga que huelo a perro mojado, igual que tú. ¿Me extrañaste?"
Nikita estaba feliz de estar finalmente con su amigo; saltaba por todos lados, corría como loca dando voces de alegría, como diciéndoles a todos: "miren, miren quién está aquí ahora".
Ramón la volvió a llamar: "Niki, ven a ver lo que te traje de la ciudad. Te va a gustar. Es un buen juguete y sirve para que me recuerdes cuando yo no esté aquí." Y habiendo dicho esto, sacó un hueso de plástico que rechinaba al ser aplastado. Nikita lo olfateó con curiosidad y luego miró a Ramón. El niño entonces aventó el objeto... la perra ya sabía lo que este gesto significaba: salió corriendo a atrapar el juguete y regresó con él en el hocico, para entregárselo a su amigo.
Ramón repitió la mecánica varias veces, aventando el juguete cada vez más lejos, sorprendiéndose de la velocidad que Nikita había obtenido al crecer. En alguna ocasión, cuando la perra tomaba el hueso plástico en su hocico, éste sonaba al ser aplastado, entonces ella se entretenía mordiéndolo un pocó más, divirtiéndose con los ruidos.
*** El regreso ***
Pasaron un verano muy entretenido, jugando en las charcas, corriendo bajo la lluvia, asustando liebres en el campo, contando estrellas por la noche y viendo las nubes durante el día. A veces Ramón iba a visitar a sus amigos y Nikita no podía acompañarlo. Otras veces, los amigos de Ramón iban a su casa y Nikita jugaba con ellos...
Pero los días pasaron rápido y llegó el día en que Ramón debía regresar a la ciudad. Nikita estaba triste cuando vio que empacaban las maletas, pues sabía que pasarían varios meses antes de que su amigo regresara, en Navidad.
Cuando llegó la hora de despedirse, Ramón se acercó a ella. Tomó el hueso de plástico y le dijo: "Anda Niki, tómalo y guárdalo. Prometo que la próxima vez que venga te traigo algo más... no lo vayas a morder mucho para que te dure y te acuerdes de mí..."
Nikita tomó el hueso y lo dejó en el suelo. Luego se acercó a Ramón y lamió su rostro, húmedo por las lágrimas. El niño la abrazó fuerte y le dijo: "Te voy a extrañar mucho, amiga"... la perrita gimió, como respondiéndole a su amigo que ella también lo extrañaría.
"¡Vamos Ramón, ya es hora!", gritó su papá. Él se levantó, besó a su amiga por última vez y corrió a la camioneta. Ella esperó a que el auto se pusiera en movimiento y luego lo persiguió por el camino, ladrando todo el tiempo, hasta que el carro se perdió de su vista. En cada ladrido le decía: "¡Ramón, te voy a extrañar pero aquí te espero, vuelve pronto!"
Cuando ya no vió más la camioneta, descansó un poco y luego regresó a su casa, donde se echó en su colchoneta, mordisqueando el hueso que Ramón le había dejado. Miró el cielo... empezaba a anochecer y la luna se asomaba. Ella sabía que donde quiera que él estuviera, él se acordaría de ella también, todas las noches, al mirar las estrellas. Y mientras los dos fueran amigos no importaba dónde estuvieran, ni el tiempo... su cariño siempre se conservaría. La espera siempre valía la pena.
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