Tuesday, August 09, 2016

Una historia prestada

La conocí en Coyoacán hace un par de domingos. Menudita, delgadita, entrada en años, sola; con una mirada triste y ansiosa. Algo en su actitud me invitó a hablarle. Y ella me respondió. Y abrió su corazón y me dejó ver su vida de manera fugaz.

De no ser porque me contó todo a contra reloj, en menos de una hora, ésta sería una historia desgarradora. Y lo es, para ella. Pero yo sólo alcancé a asomarme un poco en sus recuerdos, que me llegaban en desorden, como una ráfaga. Tan pronto me despedí de ella aquella tarde tuve que grabar las notas de todo lo que me contó, para no olvidar nada y poder escribirlo después.

Ella me dio su consentimiento para poner por escrito lo que se atrevió a contarle a una extraña que resultó ser periodista y escritora. Yo he retomado los fragmentos de nuestra conversación para escribir una narración cronológica, con coherencia, de manera que el texto a continuación no es una transcripción fidedigna de nuestra charla.

Cabe aclarar también que lo que escribiré es lo que ella me contó. Tal vez hay detalles incongruentes, tal vez algo no suene cierto. No es mi intención redactar un documental con una investigación a detalle de la historia de esta mujer, sólo quiero plasmar lo que ella compartió conmigo mientras comíamos, casualmente, un domingo por la tarde. Ella tal vez pudo falsear algo de lo que me contó, pero yo no estoy agregando nada de mi cosecha. Lo transmito aquí tal cual lo recibí de ella...

Se llama María Servin, tiene casi 78 años (nació en 1938) y vive en el barrio de Santo Domingo, en Coyoacán. Mide alrededor de 1.50 mts. y es muy delgada.

Por azares del destino me quedé comiendo sola en el mercado de Coyoacán. Aún no terminaba mi arroz con plátano macho en ese local de mariscos cuando la vi, parada a un par de sillas de donde yo estaba, indecisa... 

Le sonreí y le dije que el asiento a mi lado estaba desocupado, por si quería sentarse. Me respondió que primero quería preguntar cuánto costaba un cóctel de camarones chico, pues no sabía si le alcanzaba.

Algo me movió a hacerle la invitación. Le dije que si se sentaba a platicar conmigo yo le pagaría el cóctel. Un poco mortificada (pero seguramente hambrienta), aceptó. Nunca imaginé el torrente de palabras que saldrían de esa pequeña mujer...

Le expliqué que yo quise mucho a mi abuelita, que falleció hace unos años y a quien extraño mucho, y por ello tal vez me siento movida a ayudar a la gente mayor.

Un par de preguntas y empezó a platicarme sobre ella. Cada pedazo de conversación me daba pie a preguntarle más cosas y pronto me di cuenta de que estaba sentada junto a una mujer con una historia profunda, y con un gran anhelo de contársela a alguien.

Su madre la maltrataba desde pequeña, no la quería porque nació mujer, así que no la alimentaba bien y ella creció desnutrida. "Mi mamá se enojaba todo el tiempo conmigo, me pegaba y se me iba al cuello con intención de ahorcarme", cuenta.

Tuvo cinco hermanos varones que al parecer corrieron con mejor suerte que ella.

Ella, desde los siete años, trabajaba vendiendo chácharas y dulces en el mercado de Coyoacán. Y si no vendía todo, su mamá "la molía a palos".

La madre de María estaba separada de su padre, pero tenía un amante que la manoseaba así que ella se iba a esconder a una especie de cueva, u hoyo, cercano a su casa, hasta que descubrió que ahí había una víbora y ya no quiso volver a esconderse en ese lugar, pero no quería llegar a su casa cuando no estaba su mamá, por lo que perdía el tiempo por ahí hasta que la mamá regresaba, y entonces le pegaban por llegar tarde.

Cuando tenía doce años, su mamá la mandó con un señor a recoger unas cosas en un poblado rumbo a Veracruz, pero en el camino el señor la violó y la dejó ahí. En ese punto de la plática, se le quebró la voz y se le humedecieron los ojos; ella no ha olvidado el horror de la violación y le sigue doliendo hasta el llanto... Como pudo, caminó hacia unas vías de tren y un maquinista le ofreció traerla de vuelta a la Ciudad.

Producto de la violación quedó embarazada y tuvo una hija. En algún momento, la madre de María le dijo a esta niña que era fruto de una violación y la jovencita rechazó a María, y hasta la fecha se mantiene alejada de ella.

Antes de cumplir los 18, María se casó con un hombre mayor que ella, el cual durante muchos años la golpeó y no la procuró, ni le daba dinero para la manutención de los cuatro hijos que le engendró. Hace apenas unos años que ella se animó a enfrentar a su marido golpeador y lo amenazó: "si me pegas otra vez te voy a ahorcar mientras estés dormido", le dijo, pues él duerme profundamente, hasta perderse por completo. Tal vez a él le dio miedo que ella cumpliera su advertencia, o tal vez fue el efecto de la famosa frase: "el valiente vive hasta que el cobarde lo permite", pero a partir de ese momento el señor dejó de golpearla y no lo ha vuelto a hacer.

María ha trabajado casi toda su vida haciendo limpieza en las casas. En su último trabajo se cayó, se lastimó la clavícula y la señora que la contrataba no se quiso responsabilizar del gasto médico. Se quedó sin trabajo y con un hombro lastimado que ahora no le permite hacer las cosas como antes.

Me preguntó si yo podía darle trabajo. "Lo siento, no puedo. Ya tengo a una señora que me ayuda..." Casi me sentí mal por no poder contratarla, pero estoy muy contenta con el trabajo de la señora Gabriela y no necesito a otra persona.

María está sola. Casi no habla con sus hermanos, ni con su padre, ni con sus hijos; todo ellos viven fuera de la capital --en Jalapa, Tamaulipas, Estado de México, y por el Ajusco-- y casi no le llaman. En algún momento me confesó, de repente, que ya no quiere vivir...

Cuando terminamos de comer, salimos al jardín que está frente al mercado, donde los domingos se reúne la gente para bailar danzón y cha cha chá; la acompañé un par de canciones.

María (como la mayoría de la gente católica en México, y en particular los de bajos recursos económicos) cree en los santos; tiene una en particular a la que le reza y dice que le ha concedido milagros y ha respondido a sus peticiones. Yo le digo que yo le pido directamente a Dios, por medio de Jesucristo.

Bailamos como 15 minutos y nos despedimos. Me autorizó a escribir de todo lo que me contó.

Me quedo con una sensación amarga después de haberla conocido. De algún modo siento que al compartir su historia le hago un poco de justicia, pero no es así. Tan sólo le doy voz a una de las muchas voces mudas con historias semejantes en esta ciudad. María no debió de haber pasado tanto dolor, igual que muchas otras personas del país, del mundo...