Monday, October 01, 2018

Viajar o no viajar...

Cuando estaba en la universidad y empezaba a trabajar, me ilusionaba la idea de viajar por el mundo y conocer otros lugares.

En ese entonces, sin embargo, no tenía mucho dinero, no tenía visa americana ni tarjeta de crédito y los viajes que hacía eran cortos y dependía por completo de que las empresas que me invitaban pagaran todos mis gastos. Iba y regresaba cuando ellas lo programaban y realmente no conocía casi nada de los sitios a donde viajaba.

Con el tiempo fui aprendiendo que aunque viajara a la playa no tenía caso empacar el traje de baño, pues generalmente me la pasaba metida todo el día en el salón de conferencias, y como por las noches ya tenían programadas cenas con actividades de integración, pues ni para caminar por la playa me daba tiempo.

Afortunadamente, llegó el momento en que conseguí un empleo que me permitió tener tanto visa americana como tarjeta de crédito y comencé a pensar en viajar a Estados Unidos y quedarme uno o dos días por mi cuenta, para conocer algo e ir de compras.

Peeeerooo, esos beneficios me llegaron cuando ya tenía una hija. Una hija muy ansiosa. Mi única hija, con quien tengo un lazo muy profundo. Así que resulta que viajar por el mundo y quedarme un par de días por mi cuenta me pone ahora en una disyuntiva. ¿Por qué? Pues porque ya no disfruto de los viajes como cuando era soltera.

Ahora que el portal que edito se ha posicionado más, empiezan a llegarnos invitaciones para viajar con más frecuencia no solo a Estados Unidos, sino a otros países, como Panamá y China. Y si bien la idea de viajar me emociona siempre, inmediatamente me inundan las preocupaciones: ¿Cuántos días estaré fuera? ¿Cómo me organizo? ¿Con quién voy a dejar a mi hija? ¡Voy a extrañarla y ella a mí!

Y, de hecho, así me pasa ahora. Cuando viajo más de dos o tres días, mi hija me dice cada vez que le llamo lo mucho que me extraña. (Y no solo ella, ahora tengo un marido que también me pide que regrese pronto, je.) Más aún, me descubro paseando sola por ciudades nuevas, pensando siempre en cómo me gustaría disfrutar de todo eso con mi hija y mi pareja. Y entonces, viajar por asuntos de trabajo ya no es tan divertido como hacerlo por turismo, con la familia.

La semana entrante viajo a China, y desde ya estoy con el estrés de organizar las cosas aquí para que todo fluya en los días que yo estaré fuera. Sé que voy a extrañar a mi marido y a mi hija y sé que ellos me extrañarán también. Y cuando cuento los días que voy a estar fuera me parecen tantos que tengo que recordarme que un viaje tan largo vale la pena el esfuerzo para quedarme y conocer la ciudad más allá de la sala de conferencias del evento al que asistiré. Pero emocionalmente siempre es duro irme tantos días.

No, para mí no son vacaciones si voy sola. Me siento hasta un poco culpable de estar en esos lugares sin mi familia. Tal vez estoy mal, pero así es esto para mí.

Nunca imaginé a mis 20 años que llegando a los 40 mi percepción de las cosas cambiaría tanto...

Saturday, September 29, 2018

A un año de la zarandeada

A un año del sismo de 2017 mi corazón no se ha repuesto del todo.

El susto que me llevé ese martes no se ha ido. Cada vez que escucho una alarma mi corazón brinca. Y me refiero a cualquier alarma: la de un auto, la de una casa, la sirena de una patrulla que se enciende de repente, o incluso las bocinas de los camiones. Por un segundo, el vello de la piel se me eriza y todos mis sentidos están alertas para reconocer si se trata de la alerta sísmica o no. Tan pronto mi cerebro registra que no se trata de la alerta sísmica, mi corazón recupera el paso, mi respiración brevemente interrumpida retoma el ritmo y mis sentidos vuelven a concentrarse en lo que estaba haciendo.

Y es que el 19 de septiembre de 2017 no solamente removió el suelo en el que vivo, sino que zarandeó lo más profundo de mi ser...

Hasta ese día, mi forma de ver y enfrentar los temblores era muy simple. Yo era tan chica en 1985 que realmente no experimenté el miedo en ese entonces. El primer sismo, de hecho, no supe qué estaba pasando: mi mamá me sacó del baño, donde me estaba peinando para ir a la escuela, y me llevó junto a ella, debajo de una columna de la casa. Ahí fue cuando entendí que ese movimiento del edificio no era bueno.

Pero más allá de eso, no entendí más. La zona donde yo vivía no fue afectada y para mí la vida seguía normal, salvo por la falta de clases durante varios días. Veía en las noticias que se habían caído muchos edificios y que mucha gente quedó atrapada en ellos, pero no eran mi gente, no los conocía. Sí, estaba impactada, pero no era algo que permeara mi piel.

Mi mamá todos los días llevaba café y sándwiches para los rescatistas. Mis hermanos y yo le ayudábamos a preparar los sándwiches y yo admiraba lo que hacía, pero no lo entendía. En ese entonces solo tenía 9 años y la única forma de saber lo que pasaba era viendo la televisión, pero yo vivía en un condominio donde los niños salíamos a jugar al patio, así que las referencias negativas del terremoto las tuve hasta que regresamos a clases y supe que algunos compañeros perdieron a familiares o amigos. Fue entonces cuando supe que el suceso había sido más cercano de lo que yo lo percibía...

Los simulacros empezaron poco después de eso. De alguna forma, el comprender lo que un sismo era capaz de hacer generaba un flujo de adrenalina cada vez que sonaba la campana, la chicharra o el silbato de los simulacros.

Años después se instauró oficialmente la alerta sísmica. Para ese entonces ya me había tocado vivir algunos otros sismos, no tan fuertes como el del 85, pero ya sabía de lo que era capaz la naturaleza. Sin embargo, con el tiempo se fue diluyendo el temor. Con las redes sociales se popularizaron los "memes" y después de cada sismo -que hasta ese entonces no había causado daños en la ciudad- se compartían imágenes de bolillos o chistes para aligerar el susto.

Eso hicimos después del sismo de 8.2 la noche del 7 de septiembre de 2017, con epicentro en Oaxaca. En ese estado se cayeron muchas casas, hubo gente muerta y muchas personas perdieron su patrimonio, pero en el DF no pasó nada, así que seguimos adelante, enviamos ayuda y ya. Nadie sabía lo que pasaría un par de semanas después...

Apenas dos horas después del mega simulacro de todos los años para recordar los sismos de 1985, sin aviso, el suelo se movió de una forma aterradora.

Un crujir de la ventana, mi perra se levantó rápidamente del sillón donde estaba, ladró a la ventana, e inmediatamente después el edificio empezó a zarandearse con fuerza. Descalza como solía estar, apenas pude dejar la computadora de lado para correr por la correa de mi perra, ponérsela rápidamente mientras veía cómo una lámpara se caía al piso, y salir corriendo por las escaleras. Mientras aún bajaba los escalones, pidiéndole a Dios que nos protegiera, escuché el sonido de cristales quebrándose y en cosa de segundos pasó por mi mente la posibilidad de que fueran las ventanas rompiéndose porque el edificio se iba a caer... Nunca había tenido tanto miedo como en esos segundos en los que pensé que el edificio se me vendría encima. Si algo no he podido superar, es esa sensación que me invadió en esos pocos segundos, hasta que conseguí salir del edificio y ponerme a salvo con mi perra, donde me arrodillé y le pedí a Dios que cuidara a mi hija, a mi hermana y su familia. Por sobre el ruido de los gritos y la alerta sísmica, escuchaba claramente el rugido de la tierra... un sonido que tuve en mis oídos durante meses, claro y vívido.

Cuando el piso dejó de moverse encargué mi perra con un vecino y subí corriendo por mis gatos y mi teléfono celular. Solo encontré dos gatos y no quería arriesgarme buscando a los otros. Tomé el pet taxi, mi celular y bajé corriendo otra vez, descalza.

Así, descalza, estuve en el patio mientras revisábamos que los edificios no hubieran sufrido daño y nos cerciorábamos de que era seguro volver a entrar a los departamentos. Fue hasta que volví a entrar que me di cuenta que el sonido de cristales rompiéndose se debió a un florero que se cayó de la parte superior de mi vitrina. Tal vez si lo hubiera sabido no hubiera estado con el alma en un hilo, pero no lo supe y el susto que me llevé ya nada lo puede cambiar.

Dejé a mi perra y los gatos, me calcé unos tenis y salí corriendo por mi hija. Ya la ciudad era un caos. Ya sabíamos que algunos edificios se habían caído, pero yo confiaba todavía en que se tratara de edificios viejos. Buena sorpresa nos llevamos los ciudadanos cuando nos enteramos de que varios de los edificios caídos eran recientes. No deberían haberse caído. En una ciudad con alta actividad sísmica, donde existen lineamientos estrictos de construcción en este sentido, no se justifica que las nuevas construcciones se caigan en un sismo.

Mi hija era un mar de llanto cuando llegué por ella. Se asustó por la experiencia pero estaba más preocupada por mí. Nos abrazamos y lloramos. Y regresamos caminando a la casa, escuchando a voces cortadas más malas noticias. Encendimos la tele y empezamos a ver las imágenes de los edificios caídos. Dado que el condominio está en la misma cuadra del Hospital Adolfo López Mateos, el sonido de sirenas de patrullas, ambulancias y helicópteros sobre volando la zona fue constante desde ese momento y durante los días siguientes.

Aunque la tarde del 19 y el 20 preparamos tortas y sándwiches para llevar al hospital, la noche del 20 nos dijeron que la emergencia era mayor en otros hospitales y que ya no necesitaban ayuda ahí, así que el 21, después de pasar dos noches de poco sueño, interrumpido constantemente por las alarmas y sirenas, decidimos empacar y venir a Satélite unos días.

Aún recuerdo el llanto que solté cuando pensé que tenía que regresar a la Ciudad de México, porque mi hija debía volver a clases. Entonces me dí cuenta de que no estaba lista para volver al departamento.

Finalmente tuvimos que volver y seguir nuestra vida. Yo se que el edificio no se dañó. Se que el condominio resistió los movimientos telúricos de 1985 y ese sismo de 2017, sabía que el edificio no se caería, pero el susto que viví no lo podía superar...

Aún hoy, un año después, mi perspectiva de los temblores es muy distinta a la que tenía antes del 19S 2017. Yo solía decir que si temblaba en la noche, no me levantaba de la cama por un sismo menor de 6.5 grados. Hoy salgo corriendo cada vez que escucho la alerta sísmica sin esperar a ver qué tan fuerte viene el sismo; ya entendí que si viene fuerte, no habrá tiempo suficiente para abandonar el edificio.

En los meses posteriores no pude conciliar bien el sueño. Cualquier crujido de ventana me recordaba inmediatamente el sonido que escuché justo antes de que empezara el terremoto y me quitaba el sueño. Y de día estaba siempre alerta. El sonido del rugido de la tierra no se iba de mi mente...

Uno de los tantos motivos que tuve para mudarme fue dejar atrás el temor a los sismos. Y aún estando acá en Satélite he pasado sustos al escuchar las bocinas de los camiones lejanos que me recuerdan la alerta sísmica o por las alarmas de los autos y camionetas que se estacionan cerca de la casa.

El 19 de septiembre de 2017 fue una buena zarandeada. Cambió mi vida. Y nunca podré reaccionar de la misma forma a una alarma. Y así como yo, miles de ciudadanos que hace un año entendimos que las fuerzas de la naturaleza son devastadoras, llegan sin previo aviso y te dejan completamente indefenso y vulnerable.

Wednesday, September 19, 2018

Un evento con causa


Mi mamá falleció hace poco más de 4 meses de lupus, una enfermedad terrible que le hizo padecer dolores indescriptibles...
Hoy me entero que Kidzania hará un evento benéfico para ayudar a dos hermanos que padecen un lupus agresivo. Si pueden ir, todo el ingreso de las entradas se donará a estos adolescentes para ayudar con su tratamiento. El evento será el 27 de septiembre a partir de las 8 pm.
Cada boleto para la noche de Ana y JuanPa tendrá un costo de $250 pesos y se venderá en diversos puntos de la ciudad como los Colegios Cedros del norte y sur; Colegio Yaocalli, a través de depósito directo a la cuenta Santander 60542735369 a nombre de Gonzalo Muncharraz y Cano, a través de PayPal: https://www.paypal.me/Gonzalomucharraz e incluso a través de WhatsApp con cargo a tarjeta de crédito (con visita programada para el cargo) al 5523002558.
Ojalá puedan ir. Yo haré todo lo posible por asistir y cooperar con algunas entradas. Espero que Ana y JuanPa no tengan el mismo desenlace terrible que tuvo mi mamá...

Monday, September 17, 2018

Historia de un fallido servicio al cliente

Acto 1
Siendo yo una cliente enamorada de mi banco y sus servicios, muy contenta de utilizar una app móvil ligera y funcional -aunque con algunos detalles-, un día me topé con la triste noticia de que la actualización de la app pesaba tres veces más que la aplicación original.
Después de borrar algunas otras aplicaciones de mi celular para poder descargar la nueva versión, resultó que simplemente no podía acceder al servicio, pues no reconocía mis credenciales de autenticación (las mismas que venía usando desde hace más de un año).
Hice varias llamadas infructuosas a la línea de atención a clientes que terminaron en otra visita, por demás inútil, en la sucursal bancaria, donde no tenían idea de por qué no podía usar la app y terminaron por sugerir que cambiara de modelo de celular para poder usar su aplicación. Decidí eliminar la app de mi teléfono y quedarme solamente con la banca en línea.
Cabe mencionar que en las llamadas a la línea de soporte me indicaban que mi número celular no estaba vinculado a mi cuenta, siendo que yo tenía instalada la app móvil y además recibía notificaciones a mi celular después de cada compra o cargo que se hacía a mi cuenta.
Claramente no existía una unificación de la información entre bases de datos de servicios distintos... 

Acto 2
Casi al mismo tiempo que el incidente de la aplicación móvil, el banco liberó una nueva versión de su sitio web y al hacerlo, de un día para otro yo ya no podía entrar a mi banca en línea, pues el nuevo sistema no reconocía mis credenciales de acceso, mismas que había utilizado sin problemas el día anterior, y que venía utilizando desde hacía más de 4 años sin incidentes.
Desde la línea de atención telefónica me indicaron que entrara usando una opción medio oculta, que me daba la posibilidad de entrar "usando mi banca en línea anterior". 
El problema se solucionó pero sabía que sería temporal. Tarde o temprano, ese acceso alterno sería eliminado...


Acto 3
El temido día llegó el 12 de agosto. Igual que con las actualizaciones de sistema anterior, de un día para otro me quedé sin poder acceder a mi banca en línea. El acceso que yo usaba fue descontinuado y el nuevo sistema no reconoció mis credenciales.
Es como si uno trabajara en un edificio durante años, un día lo remodelan y resulta que el nuevo sistema de acceso no reconoce los gafetes viejitos, entonces le piden a la gente que use otra puerta para entrar al edificio. A desgano, la gente lo hace. Finalmente tienen acceso a las instalaciones que es lo que importa. Un día, sin embargo, se topan con que la puerta está cerrada y un aviso pegado en la puerta les indica que deben acceder ahora por la entrada principal, pero al llegar ahí, el sistema no reconoce sus gafetes y se les niega el acceso una y otra vez, como si no pertenecieran a dicha institución, como si nunca hubieran trabajado ahí. Algunos oficiales se acercan y les dicen que tal vez están usando mal el gafete, que lo están colocando al revés, que vayan a la oficina de Recursos Humanos a que les cambien el gafete. Pero nada. Aún con todo y gafete nuevo, no consiguen entrar al edificio.
Algo así me pasó. Llamada tras llamada a la línea de atención telefónica, los operadores me trataban como si la culpa fuera mía, como si yo hubiera olvidado mi contraseña o la estuviera escribiendo mal. Me dijeron que debía resetearla, cosa que hice, pero ni así conseguí entrar.
La solución, me dijeron, era ir a la sucursal a que dieran de baja mi usuario y me asignaran uno nuevo... Adiós a los beneficios de la movilidad y las transferencias electrónicas, bienvenido el retroceso y las visitas a la sucursal, como antaño.
Nuevamente, me queda claro que tienen un fuerte problema de integración de información entre sus bases de datos.


Acto 4
La sucursal cercana a la casa donde ahora vivo simplemente no pudo resolver mi problema. Me indicaron que tenía que asistir a mi sucursal de origen (que ahora me queda a una hora de distancia, sin tráfico). Osea, ¿no se supone que la información debería estar centralizada para que puedan acceder a ella desde cualquier sucursal? ¿Tanta actualización de sus sistemas y su sitio web para que resulte que tengo que recorrer 20 kilómetros para que me atiendan en la sucursal donde abrí mi cuenta por un tema de cambio de usuario?
Como sea, no me quedó de otra. Fui a la sucursal de origen donde resultó que para cambiar mi usuario y contraseña, tenían que dar de baja por completo mi servicio de banca en línea -perdiendo todas mis configuraciones, cuentas dadas de alta, etc. Y al volver a darlo de alta, me cobraron $250 por el nuevo token (les recuerdo que ya no uso la app móvil), cosa que me molestó pues el problema de accesos no fue mi culpa, sino del banco. Pero necesitaba acceder a mi banca en línea y no me quedó de otra que aceptar. Se me indicó que revisara mi correo electrónico para confirmar la clave de acceso que me enviaron y terminar el proceso de registro. En cuanto regresé a mi casa hice lo que me indicó el correo, sincronicé mi nuevo token, creé una nueva contraseña y recibí una confirmación de que ya podía acceder a mi banca en línea.
Emocionada, procedí a intentarlo, solo para darme cuenta de que tan pronto tecleo mi usuario y contraseña el sistema me arroja nuevamente que mis datos de acceso son incorrectos...
Frustrada, intenté lo que no quería hacer. Borré todo el caché, todas las contraseñas de mis navegadores, reinicié la computadora, intenté acceder desde un navegador que nunca uso para la banca electrónica tratando de garantizar que realmente se realizara un acceso limpio, desde ceros, con nuevas credenciales... todo en vano. Nuevamente me apareció el mensaje de que mis datos de acceso son incorrectos.
Y para quienes estén pensando que es algo del token físico, que debería usar el del celular, déjenme pararlos en seco: el proceso me frena al colocar el usuario y luego la contraseña, ni siquiera me solicita el código del token. Simplemente no hay esa opción.
Así llegó el último día de mes y yo con la urgencia de realizar pagos. No me quedó de otra que regresar algunos años en el tiempo y sacar dinero de los cajeros para luego depositarlo en ventanilla.


Acto 5
Frustrada, enojada y estresada traté de aprovechar la opción de realizar transferencias y pagar mi tarjeta de crédito desde el cajero ATM. Pero ¡oh, sorpresa! Resulta que hay un límite para la cantidad que se puede transferir, así que si uno tiene que pagar, por ejemplo, una renta mayor de $4,500 pesos, olvídenlo, no pueden hacerlo desde el cajero.
Tampoco pude pagar más de $4,500 a la tarjeta de crédito. Yo tengo ya la costumbre de usar la tarjeta para todas mis compras y liquidarla a fin de mes. Pero eso es algo que nomás no puedo hacer desde el ATM.
Intenté luego sacar dinero para realizar otros pagos que tenía que hacer, pero el cajero ya no me permitió sacar la cantidad que necesitaba. Vamos, no pude sacar ni tres mil pesos.
No me quedó más que formarme en ventanilla para sacar dinero y pagar mi tarjeta ahí mismo.
Cabe mencionar que los cajeros ATM tampoco permiten realizar transferencias o pago de tarjetas si no tiene papelito para entregar el comprobante de la transacción.
Una experiencia verdaderamente frustrante en una era en la que la gente depende de la tecnología para evitar las visitas a la sucursal.
Pero en mi caso, mi banco me ha llevado en retroceso, desde realizar casi todas mis operaciones en la app móvil a tener que acudir a la ventanilla para sacar dinero y luego tener que realizar pagos y depósitos en otros establecimientos porque simplemente no puedo hacer transferencias electrónicas.


El nombre del banco es Banorte. Y estoy segura que muchos clientes comparten experiencias similares.
Estoy harta, se me acabó la paciencia y la tolerancia. Simplemente no hubo una atención adecuada, por ninguno de los canales se resolvieron mis problemas y, al contrario, me complicaron la vida llevándome de regreso a los tiempos en los que todo se resolvía físicamente en las sucursales.
Te odio Banorte. Felicidades, hoy perdiste un cliente. (Publicado originalmente el 31 de agosto en mi muro de Facebook.)

Epílogo
El 11 de septiembre intenté descargar la app móvil en un nuevo celular que recién me compré. Fui a la sucursal cercana y una señorita muy amable me explicó que no tenía sentido activar la app móvil, pues para ello tendría que dar de baja mi servicio en línea y dar de alta el servicio vía la aplicación. Y, para dar de baja el servicio, tengo que ir a mi sucursal de origen...
Revisando el sistema, ella se percató de que el token no se activó correctamente (a pesar de que yo había recibido un mail de confirmación de activación de la banca por internet), por lo que procedió a activarlo en ese momento. Sin embargo, cuando intentamos acceder a mi cuenta, con la contraseña recién configurada en el sistema, nuevamente salió el mensaje de error.
La señorita me sugirió tratar de acceder desde el sitio web en mi celular. Al intentarlo, primero me topé con que acceder al sitio web de Banorte usando Chrome en Android es hiper lento. Finalmente opté por usar el navegador simple de mi celular, desde donde pude abrir la página, solo para encontrar que la versión web para los dispositivos móviles no permite el acceso a banca en línea. La opción simplemente no existe. Solo aparece una ventana instando al usuario a descargar la app móvil.

En este momento ya no me quedan más que dos últimos cartuchos:

1.- Llamar a Banortel para ver, una vez más, si hay algo que puedan hacer para permitirme el acceso a mi servicio de banca en línea, recién re-contratado el 30 de agosto. (Tendré que tomar todo un frasco de Pasiflora antes de llamar, para no reaccionar irritada cuando me traten como estúpida por no poder entrar a mi banca en línea por que sus sistemas no reconocen mis credenciales...)
2.- Si lo anterior no funciona, no tiene caso conservar el servicio de banca en línea. Tendré que ir a darlo de baja a la sucursal donde vivía antes. Y como último recurso, después de eso, descargar la app móvil y activar el servicio, a ver si al menos puedo tener visibilidad de mis gastos en mi cuenta corriente y la tarjeta de crédito.

Honestamente, mi decisión está tomada. Ya estoy evaluando opciones en otros bancos. No puedo quedarme con un banco que no me ofrece un servicio positivo por ningún canal (salvo la honrosa excepción de la señorita Anayeli, de la sucursal Zona Azul). Pero mientras tenga dinero en mi cuenta y una tarjeta de crédito Banorte, me interesa por lo menos tener acceso a un servicio en línea que me permita visualizar mis gastos y el saldo en mis cuentas.

Qué triste, Banorte. Qué decepcionante. Nomás no hallé el canal ni la solución a mi problema. Y estoy segura de que, como yo, hay muchos más...

Actualización. 26 de septiembre. Siete llamadas a Banortel intentando hablar con un agente de servicio al cliente. En cada llamada, el sistema se desconectó después de que tecleé mi número de cuenta o el número de mi plástico. Eso sí, me daba el mensaje "Gracias por preferir Banorte" justo antes de colgar la llamada. Así nomás. Hasta parece mentada de madre, neta. Simplemente no hubo forma de enlazar la llamada con un operador, intenté con varias opciones pero siempre pide teclear el número de cliente o plástico, y una vez que lo hacía me salía ese mensaje y me colgaba.

Neto, gracias Banorte por no poder resolver las necesidades de tus clientes. Como diría mi mamá: "en vista del éxito no obtenido" no me queda más que ir a la sucursal para cancelar definitivamente el servicio de banorte en línea y ver si, como última y definitiva carta, es posible activar la app en el celular. No hay de otra :(

Thursday, September 13, 2018

Singing in the rain

Mi mamá y mis tías amaban los musicales. En particular los de los años 50 y 60; les gustaban tanto que cada que pasaban una película musical en la tele la sintonizaban, una y otra vez. 

Así fue como la melodía "singing in the rain", de esa misma película, se quedó grabada en mi memoria. Pero hoy no solo recordé la película, sino las enseñanzas de mi mamá y mi abuelita.

Ellas insistían en que mis hermanos y yo aprendiéramos a vivir la vida, que la disfrutáramos al máximo, que no tuviéramos miedo de caernos y volver a levantarnos, que nos atreviéramos a mojarnos bajo la lluvia y brincar en los charcos -con la condición de subir a la casa tan pronto terminara el juego para bañarnos con agua caliente, ponernos ropa calientita, beber esa leche "con piquete" que preparaba mi abuelita (leche caliente con canela y un chorrito de brandy) e irnos a la cama después de que mi mamá nos frotara Vapo-Rub en el pecho. Toda una rutina de cuidados para asegurarse de que no nos enfermaríamos, sí, pero nunca una prohibición de intentar algo que, en mi opinión, todos los niños (y adultos) deberíamos hacer más de una vez en la vida.

Yo he tratado de hacer lo mismo con mi hija, insistiéndole para que intente cosas nuevas, cosas que yo hacía de pequeña y que a ella le cuesta tanto hacer. He hecho muchas cosas a mis 40 años para demostrarle que está bien, para que ella vea que si su mamá lo hace, ella puede hacerlo sin sentirse mal. Y una de esas cosas fue enseñarle a disfrutar mojarse bajo la lluvia de vez en cuando. Como hoy...

Hoy nos agarró la lluvia de regreso a casa. Y nos mojamos bien y bonito. 

Cuando finalmente detuvimos la carrera porque nos perdimos un poco y decidimos pararnos bajo un techo para llamar a mi marido, para que nos fuera a recoger, no nos quedó de otra que esperar ahí, contemplando la lluvia.

Mi hija, ya libre de estrés, riendo, divertida por la anécdota que estábamos creando, de pronto empezó a cantar "Umbrella" de Rihanna. Y luego tarareamos "Singing in the rain"... y entonces me preguntó qué otras canciones hablaban de la lluvia, y me acordé de otra canción que también veían mi mamá y mis tías en alguna película: "Raindrops keep falling on my head..." y terminamos cantando "It's raining men".

Fue un buen recuerdo. Para mí y para mi hija. A final de cuentas, como dice esta imagen de lovethispic.com, la vida no se trata de esperar a que pasen las tormentas, sino de aprender a bailar en la lluvia :)


Gracias mami por enseñarnos a bailar y a cantar bajo la lluvia.

Friday, August 31, 2018

Aprendiendo a vivir sin tí

Tu certificado de defunción dice que te fuiste el 1o de mayo, pero mis hermanos y yo sabemos que partiste desde la noche del 30 de abril, por lo que ayer se cumplieron cuatro meses de tu muerte.

Desde entonces, la vida se respira un tanto distinto. Tus recuerdos afloran a cada momento, haciendo más palpable tu ausencia. Y de pronto todas las lecciones que nos dejaste están presentes y vivas en nuestros corazones y nuestras memorias.

Si bien hay recuerdos agridulces o amargos, hay muchos otros alegres, dulces y de gran valor, que hoy atesoramos en el alma.

Pero también en tu ausencia nos vienen nuevas lecciones. Hace dos días, por ejemplo, me tocó desempacar esa caja de cubiertos Oneida que te regalaron el día de tu boda, hace 45 años. Cubiertos que nunca estrenaste. No sé si esperabas un día especial para sacarlos. No sé si considerabas que no era necesario sacarlos porque en el departamento siempre hubo exceso de cubiertos. O tal vez nunca los sacaste porque tenían un valor muy especial para tí... pero el hecho es que decidí quedarme ese juego de cubiertos y regalar casi todos los cubiertos viejos. 

Mientras abría la caja, con lágrimas en los ojos, me quedó claro algo que ya tenía en mente desde hace tiempo, pero que en ese momento fue completamente palpable: las cosas son para usarse y no deberíamos tener cosas sin usar (con excepción, claro, de ciertos objetos únicos o de colección).

Hoy me pregunto si no hubiera sido bueno que le regalaras esa misma caja de cubiertos a Paola el día de su boda... hubiera sido un buen regalo para tu hija, alguien que valoraría esos objetos tanto como yo lo hago hoy. Pero desconozco las razones por las que nunca abriste esa caja, y ya no hay forma de saberlas.

En tus últimos años de vida te volviste acumuladora de cosas intrascendentes. Tuvimos que tirar tanto a la basura que cuando encontramos las cosas buenas aparecían como un tesoro ante nuestros ojos. Y yo prometo cuidar estos cubiertos tanto como sea posible. Pero también prometo darles uso todos los días, que para eso son. Y cada día que los vea, recordaré que eran tuyos y me acordaré de ti.

Es dura la vida sin ti mamá. Ojalá estuvieras aquí...

Sunday, August 26, 2018

Te extraño mami

A casi cuatro meses de tu partida de pronto me encuentro fantaseando con la idea de verte entrar por la puerta de mi cuarto, presta a atenderme, en los días que me siento cansada.

Pero luego caigo en la cuenta de que aún si vivieras, lejos quedaron los días en los que podías atenderme. Y entonces abro los ojos a la realidad: lo que tengo son recuerdos de cuando me cuidabas después de que tuve a Valeria, o cuando estuve enferma. Y las fantasías se desvanecen al comprender -de nuevo- que ya no estarás aquí nunca más.

Te extraño mami. Te extraño mucho. No sólo porque me atendías (algo que siempre supiste hacer con ese instinto servicial que tenías) sino porque eras mi mamá. Y ya no estás.

Muchas cosas han pasado en poco tiempo, levantándome del luto rápidamente, pero es tan poco el tiempo que ha pasado desde tu partida que la herida aún está fresca, aún duele. Y creo que tal vez no cerrará del todo, pues siempre extrañaré algo de ti. Siempre me harás falta.

Te amo mamá. Ojalá estuvieras aquí...

Wednesday, August 22, 2018

Pros y contras

A tres semanas de llegar a la que ahora es mi casa, aún en proceso de adaptación y todavía sin terminar de instalarnos definitivamente, ya hay un balance sobre las cosas buenas de estar aquí contra las desventajas.

Después de algunas discusiones con mi pareja, principalmente relacionadas con el acomodo de los muebles (él prefiere la estética y yo la funcionalidad) no puedo decir que todo sea miel sobre hojuelas. Como en toda "luna de miel" el proceso de adaptación para ambas partes ha tenido sus exabruptos... pero nada grave todavía. Sólo las muinas y las pequeñas "luchas de poder" para determinar la ubicación final de las cosas.

Hoy puedo hacer una lista rápida para poner en perspectiva lo que tenía viviendo en el depa contra lo que tengo ahora:

Pros:

* Tranquilidad, casi no hay ruido. Es como vivir en un suburbio. Aunque estamos bastante cerca de Periférico y de la zona comercial, en las calles circundantes solamente hay casas y el tránsito es muy poco.

* Dos jardines, uno trasero bastante grande donde la perra corre y donde podemos comer cuando el clima es bueno.

* Vida de recién casada *o*

* No tengo que cocinar diario, a veces lo hace mi suegra y, por lo general, cocina muy rico. Ahora yo cocino los días que no tengo tanta chamba y mi suegra lo hace cuando a mí se me complica. Ya no tengo que preocuparme por qué vamos a comer cuando dan las 2 de la tarde y no he cocinado.

* Apoyo de pareja para llevar a Vale al colegio y recogerla :)

* Una reducción esperada en los gastos, pues ahora son compartidos (nomás que terminemos de comprar todo lo que necesitamos para instalarnos bien)

* Vale y yo ya no necesitamos salir juntas a pasear a la perra para que no se pelee con los perros de los vecinos, aquí solo le abrimos la puerta de alguno de los jardines y la perra sale sola :)

* Ya no tengo que lidiar con las broncas del condominio :D

* El cuarto de Vale está más cerca de la sala y ahora pasamos más tiempo juntas, nos escuchamos más sin necesidad de gritar y estoy más pendiente de ella ;)

Contras: 

* No hay tiendas cerca, hay que caminar como 5 minutos a la zona comercial y más vale que no se te olvide nada porque ya no lo compraste, hasta que vuelvas a darte otra vuelta a la tienda, lo que puede ser al día siguiente o días después.

* Reducción de espacio físico. Esto ha sido lo más estresante y lo que más diferencias ha generado entre mi pareja y yo, y provocó una crisis en Vale los primeros días recién nos mudamos.

* Los transportes son más caros y la escuela de Vale ya no queda tan cerca como para llevarla y recogerla caminando, o permitir que ella regrese sola a pié.

* Más vale tener galletas y golosinas en la despensa para el momento del antojo porque salir a la tienda implica una caminata de al menos 20 minutos ida y vuelta, o de plano un viaje en coche. Lo mismo aplica para el pan, las tortillas, la salsa o lo que se ofrezca a la hora de comer.

* A pesar de que dejé cosas en el departamento y de todo lo que regalé, el espacio aquí es reducido y mi marido prefiere la estética a lo funcional, cosa que nos ha generado tensión, pues yo aún tengo cosas sin desempacar y otras más que traer y me parece que él no visualiza en su acomodo de los espacios todas esas cosas que necesito acomodar...

* Aún no tenemos todo instalado. Apenas ayer nos trajeron los muebles de la cocineta y mañana vendrá el plomero, por lo que no tengo todo a la mano para preparar desayunos y cenas, ni se pueden lavar platos arriba, hay que estarlos lavando en la cocina abajo y luego tengo que estar buscando que no falte nada, porque como aún no desempaco todo, es poco lo que tenemos: unas tazas, tres platos, pocos cubiertos...

* Tengo broncas con mi banco y tengo que ir a la sucursal en la colonia del Valle a arreglar ese asunto, pero ya no me queda cerca :(

* Aún no se hace el traspaso de mi servicio de telefonía a la cuenta de César para que podamos integrar todo en una sola factura y me activen mi línea aquí.

* Todavía no tengo todas mis cosas aquí, o no las puedo desempacar aún y es como si no las tuviera de todos modos... :(

En general estamos bien. Solo es un tema de estire y afloja al que no estaba acostumbrada, pues mis anteriores mudanzas se dieron de un jalón y en tres semanas ya estaba instalada a mi gusto. Espero que a finales de septiembre pueda publicar una secuela de este post, donde la lista de pros sea mayor y la de contras mucho menor. Ya les contaré...

Tuesday, August 14, 2018

Entre el vacío de tu ausencia y la paz de tu libertad

Hace poco más de tres meses que te fuiste. Después de tantos años de sufrimiento y dolor, finalmente te liberaste de ese cuerpo enfermo que te encadenaba y te oprimía cruelmente. Y aunque sé que esa no era vida para ti y que cargabas con la sentencia de muerte desde el día en que naciste, impresa en tus genes, no deja de dolerme que hoy ya no estés aquí, mami.

Tres meses y medio es poco tiempo, pero en ese lapso han pasado muchas cosas: el primer día de las madres sin tí, el primer cumpleaños de uno de tus hijos sin tí, la graduación de secundaria de una de tus nietas, mi mudanza para hacer vida en pareja...

Muchas cosas han pasado y muchísimas más seguirán pasando en tu ausencia: cambios en el departamento, los cumpleaños de Paola y Paco, el cumpleaños de Jonathan, un nuevo Presidente de México, mi boda, Navidades, días de Reyes, más cumpleaños, más días de las madres, graduaciones...

Duele pensar que no estarás aquí para bendecirme cuando me case. Tanto, que ya ni siquiera tengo ganas de hacer fiesta. Cada vez más la idea de algo sencillo me contenta, sólo quiero estar en paz con Dios y hacer las cosas bien. No quiero una fiesta en la que no te veré, bailando como tanto te gustaba. Aunque al final ya ni podías bailar, lo sé, y eso te hacía sufrir tanto o más que el dolor físico. Esa enfermedad te robó tanto...

Cuando nos decías que tenías lupus, hace tantos años, no entendía lo terrible que era esa enfermedad. No sabía que cuando te diagnosticaron lupus eso significaba una sentencia de muerte temprana y dolorosa. No tenía idea de que muchas de tus depresiones a los 30, 40 y 50 años se debían a tu conocimiento de que tu vida sería más corta. No lo supe entonces y no pude comprender por lo que estabas pasando. No entendía, mami, que cuando decías que ibas a morir lo decías en serio. Tal vez no morirías en seguida, pero sabías que ese era el final de esa despiadada enfermedad que te acosaba desde tu infancia; esa cruel enfermedad que no te dejaba disfrutar de todo lo que te gustaba: bailar, nadar, ir a la playa, pasar horas en la alberca, jugar con tus nietos e incluso cocinar.

No entendía, mamá, que la intensidad de los dolores que sufrías, así como el sufrimiento por el dolor de saber que nos dejarías pronto, te hacían reaccionar agresivamente. En medio de tu padecimiento no supiste expresar tu dolor, tu necesidad de afecto y tu tristeza de partir y separarte de nosotros. Y yo no supe entender más allá de tus gritos. No, hasta que fue muy tarde.

Fueron pocos los años que pude ayudarte y tratar de compensarte por todo lo que hiciste por nosotros. Fue poco el tiempo que pude comprender la causa de tus gritos y que pude aceptarlos con amor, mi pequeña puerco espín. Eras como uno de esos animalitos: suave y vulnerable, tierna, pero peligrosa. Cuando pude entenderlo, cambié mi forma de verte y comprendí que tus agresiones, como las púas de los puerco espines, no eran intencionales, sino una forma de defenderte cuando te sentías frágil.

Quisiera haberlo entendido antes. No haberte hecho llorar. No haberte gritado ni tratado mal. Debí hablarte más seguido, debí hacerlo diario, pero mi falta de comprensión de tu enfermedad me hizo llevar una vida despreocupada. Siempre dí por sentado de que ahí estabas. Y cuando Valeria creció y ya no te necesitó tanto, yo me dejé llevar por la rutina, los compromisos, el trabajo y otras cosas, y poco tiempo tenía para dedicártelo.

Me faltó invitarte más a cenar. Llevarte más al teatro. Sentarme a platicar más contigo.

Los últimos años quise estar más pendiente, pero ya estábamos lejos. Y tampoco pude hacer mucho. Lo lamento tanto mami.

Hoy ya solo me quedan los recuerdos, buenos y malos, divertidos y tristes. Las memorias de tus gritos, que ahora comprendo, pero también de tu gran amor que no siempre supiste expresar.

Preparando la mudanza y depurando papeles y cajas de recuerdos, encontré cartas y tarjetas tuyas, escritos llenos de amor y bendiciones. Algunos de ellos ya había olvidado que los tenía, pero hoy están guardados en una carpeta especial donde ya no los olvidaré y los tendré siempre a mano.

Gracias mami por todo tu amor, por tus oraciones constantes, por interceder por tus hijos ante Dios. Gracias por esa bendición especial que me diste poco antes de partir, cuando fui a verte por tu último cumpleaños. Quisiera haber hecho más por ti...

Ojalá estuvieras aquí mami. Quiero contarte cómo me está yendo en esta nueva etapa. Quisiera haber tenido tu bendición el día de mi boda. Quisiera abrazarte otra vez y verte comiendo tus ricaletas y tutsi-pops. Quería ver tu cara al conocer a mis mascotas. Quisiera que vieras las fotos del jardín de la casa donde vivo ahora, sé que te gustaría porque está lleno de plantas, árboles y flores. Hay tanto que quisiera compartir contigo pero ya no estás aquí; solo me queda el consuelo de saberte libre de esa prisión carnal que te atormentaba noche y día.


Ahora estás con Dios y con mi abuelita. Dos mujeres fuertes, dos guerreras intercesoras. Gracias a Dios por sus vidas y por todas las lecciones que nos dejaron. Mi vida no sería lo que es hoy si no fuera por su fe y su ejemplo.

Las extraño. Las extraño mucho, con todo mi corazón.

Te amo mamita. Siempre te amaré.

Tuesday, August 07, 2018

Nuevo nido

Ya estamos instaladas en nuestro nuevo hogar.

A medias, es cierto, porque aún nos falta la cocineta, unas repisas y otras cosas para terminar de instalarnos totalmente, pero tenemos ya lo básico para dormir, comer y entretenernos.



No ha sido fácil. Mi hija tuvo una crisis por dejar todo lo que teníamos en el depa para acomodarnos en un espacio un poco más pequeño, aunque con el paso de los días ella también ha visto los beneficios de lo que hemos ganado, como un par de jardines donde nuestra perra corre y juega felizmente.

Yo también he estado un poco incómoda pues a pesar de que me traje lo menos posible, siento como si tuviera que apretujar todo para que quepa decentemente en este nuevo espacio al que me gusta llamar "mi loft".

Y para mi prometido tampoco ha sido tan fácil, él tenía sus costumbres y manías que ahora chocan con las mías, y tenemos que ceder y llegar a acuerdos. Yo he dejado cosas atrás y él está dejando que cambiemos su mundo.

No sé qué nos depare el futuro, pero confío en que vendrán cosas buenas y en cosa de años podremos hacernos de algo propio. Ya les iré contando...

Friday, July 27, 2018

Empacando mi historia

Más de la mitad de mi casa ya está empacada. 

Muchos de los paquetes no irán conmigo a mi nueva casa. Algunos tienen cosas que no eran mías y ahora toca en turno que mi tía se haga cargo de las cosas de mi abuelita. Las cosas de mis hermanos se irán con mi papá. Mi hermana se ha llevado varias cosas de mi mamá y yo muchas otras. Pero al final hay un montón de cajas llenas de cosas mías que no he usado en años y seguramente no usaré, y que irán a parar con la señora que me ayuda con la limpieza.

Obviamente hay muchos papeles y cosas que ya son viejas o inútiles y han quedado en la basura. Las mudanzas siempre son una buena oportunidad para valorar lo que realmente tiene un valor, ya sea económico, sentimental o utilitario, y dejar ir todo lo que no aporta algo. Y en el proceso de empacado he tenido que soltar mucho.

Y de pronto, lo más duro, es cuando empiezo a ver el departamento vacío y me doy cuenta de que es la primera vez en toda mi vida que lo veo vaciarse...

Sí, a lo largo de mi vida me tocó ver familia entrar y salir; un montón de maletas, muebles y cajas llegaron y otros tantos se fueron, conforme los miembros familiares nos movíamos de lugar. Algunos regresamos y otros ya no. Y, tristemente, hace unos días me cayó el 20 de que tal vez esta sea la última vez que alguien de la familia ocupe este departamento, que fue nido y refugio de mi familia durante más de 50 años.

Algunas personas me preguntan si estoy nerviosa o con temor del futuro, pero no. Tengo bien claras las razones por las que dejo el departamento. Pero la tarea de ser yo quien vacíe el lugar, en preparación a una posible venta, no me tiene brincando de emoción.

Me gustaría tener la oportunidad de comprarlo, una vez que logre reunir la cantidad suficiente para dar el enganche y comprometerme con la hipoteca con el banco. A final de cuentas, ahorrar dinero para comprar algo propio es una de las razones por las que me voy, porque ya es hora de dejar de pagar renta y juntar para invertir en algo mío.

Sin embargo, el futuro es incierto y una vez que salga de aquí no sé qué pueda suceder. No sé cuánto tiempo me tome reunir la cantidad necesaria y no sé si alguien se presente antes con la posibilidad de comprar el depa de un jalón. Ni siquiera sé si terminaré comprando otra propiedad junto con mi futuro marido. Lo que suceda con el departamento ya no depende de mí --bueno, nunca tuve injerencia, pero ahora que mi mamá ya no está las decisiones corresponden totalmente a mis tías. Y si ellas deciden vender tan pronto arreglen el papeleo legal, yo no puedo hacer nada.

Tal vez esta salida sea la definitiva. Y eso me tiene triste...

Tantos recuerdos. Tantos años. Tanta vida. Y hoy está todo empacado en cajas y maletas. Y yo no me voy a llevar todas a mi nueva casa. 

A veces siento que el dolor de dejar tanto atrás es más fuerte que las esperanzas y las ganas de comenzar algo nuevo. Y tal vez por eso es que hay quienes me preguntan si no estoy temerosa de dar este paso, si no es que quiero quedarme y no mudarme... Pero no, no es eso. Sí quiero hacer esto. Ansío mudarme y comenzar una nueva etapa, y conseguir los objetivos que nos hemos trazado. Sí lo quiero. Pero la despedida está resultando más grande, más fuerte y más difícil de lo que pensé...

No me queda más que apelar al espíritu fuerte y luchón de las mujeres de mi familia: mi abuelita y mi mamá, a quienes extraño hoy más que nunca con todo mi corazón.

Perdónenme por dejar atrás tantas cosas suyas que no puedo llevarme. Pero las llevo a ustedes siempre, a donde vaya, en mis recuerdos, en mi carne, en mis lágrimas, en mi cocina, en mis sueños, en mi cabeza y en mi alma.

Me voy del depa, pero parte de mi corazón se queda aquí. Para siempre.

Tuesday, July 24, 2018

A volar

Así como para los pájaros es necesario migrar, abrir sus alas y volar, dejando atrás el nido que construyeron con esfuerzo, ha llegado la hora para que mi hija y yo dejemos la que ha sido nuestra casa en los últimos 9 años, más o menos.

Mis planes para vivir en pareja finalmente se concretan y estamos ya empacando todo, depurando cosas, tirando lo que no sirve, regalando lo que sí sirve pero ya no vamos a llevar con nosotras... vamos más ligeras en este viaje, para poder volar alto y alcanzar nuestras metas.


Y verdaderamente que las mudanzas sirven mucho para dejar atrás el lastre, para revisar lo que sirve y lo que ya no. Yo no quiero andar con toda la carga a cuestas, como caracol. Quiero llevar solo los recuerdos más preciados, las cosas más útiles, lo más importante...

Llevo a mi hija, mi perra, mis cuatro gatos, mis plantas y mis libros. Llevo los utensilios que utilizo para cocinar. Mis películas favoritas. Mi ropa y zapatos. Ya con eso soy afortunada porque llevo mucho más de lo que mucha gente alcanza a llevarse cuando se ve forzada a dejar su casa.

Con todo lo demás he tenido que ser muy crítica. Estoy regalando tanto que espero que sea de bendición para quienes sí lo van a usar. 

Y aunque desprenderse es una tarea dura, sobre todo considerando que muchas cosas que tengo que dejar no eran mías, sino de mi mamá y mi abuelita, hay también emociones positivas: esperanza, amor y la ilusión de ahorrar dinero para comprar algo propio.

Sé que tenemos la bendición de Dios porque he sentido su mano protegiéndonos y proveyendo a lo largo de este recorrido. Y de Su mano espero seguir, cada uno de mis pasos, para que todo lo que suceda siga siendo bendecido por Él.

Thursday, June 21, 2018

Paren el mundo...

Aquí estoy, finalmente, después de 9 meses de mi última publicación. Intento soltar la musa aletargada que huye de mi creatividad desde hace meses...

Estaba tan contenta de que había logrado un ritmo constante en mis publicaciones en el 2016, y aunque el 2017 fue un año difícil esperaba retomar las cosas justo en septiembre, con aquél post sobre los consejos alimenticios para mis connacionales. Pero no esperaba la serie de eventos que se me vinieron encima, empezando por el que cimbró no solo mis bases, sino la tierra de los habitantes de la Ciudad de México y estados aledaños.

El sismo del 19 de septiembre fue una macro zarandeada. Nos tomó de sorpresa. Nos hizo recordar que ante la fuerza de la naturaleza es poco lo que podemos hacer, tal vez nada... Todos esos memes que solían hacernos reír después de cada temblor en otros lugares, que realmente no causaban daños en la Ciudad de México, ahora ya no eran graciosos.

Aún hoy, nueve meses después, se me encoge el corazón cuando paso al lado de algún edificio dañado que, milagrosamente, sigue en pie, pero está completamente deshabitado, cuarteado, quebrado... como un recordatorio viviente para las generaciones más jóvenes y aquéllos que ya habíamos olvidado cómo se sintió el sismo de 1985.

En ese entonces yo era muy chica, tenía 9 años y no sabía lo que pasaba. No tuve conciencia de la magnitud del movimiento telúrico hasta que vi las noticias. Pero, por lo mismo, después de 30 años ya no recordaba la intensidad del movimiento de los terremotos del 85 ni les temía tanto a los temblores. Incluso solía decir que por un sismo de menos de 6.5 grados no me levantaba de la cama.

El sismo del 2017 nos enseñó que los temblores no siempre vienen precedidos por una alerta sísmica, y que de la nada puede venir un temblor muy fuerte, tanto que no habrá ni 60 segundos para salir de casa y ponerse a salvo. Lo cierto es que desde septiembre cada vez que escucho la alerta el corazón me da un brinco y la adrenalina me hace salir corriendo de mi casa. Ya no me importa si el temblor viene leve o no, mejor me entero estando a salvo.

Fue tal el susto de la experiencia que mi hija y yo nos fuimos casi una semana, con todo y gatos y perra, a casa de mi novio. Con los meses hemos vuelto a la normalidad, pero nomás suena la alerta (o la alarma de un coche, o el claxon de un camión) nos brinca el corazón y hasta mi perra se pone a temblar de los nervios.

Pero después de esa zarandeada, el mundo siguió girando. Demasiado rápido para mi gusto :(

En el lado familiar, la salud de mi mamá iba de mal en peor. Cada vez más rápido, mi mamá pasaba de pensamientos positivos a sumirse en dolores cada vez más fuertes e insoportables. Y los medicamentos para el dolor poco le ayudaban. Ya había llegado al punto de consumir mariguana machacada para paliar el dolor...

Los gastos también se fueron incrementando, lógicamente. 

En noviembre, mi mamá tuvo que ser internada de emergencia. Se salvó de milagro. Después de ver lo que sufrió todavía los últimos meses de su vida, hoy me pregunto si no hubiera sido mejor para ella morir ahí... pero Dios aún tenía planes para su vida. Mamá salió del hospital sin haber fumado 10 días. Y no volvió a hacerlo. Ella quería morir libre del cigarro, y así fue al final.

Cinco meses más vivió mi mamá. Cinco meses de gastos en aumento para mí, porque en ese momento las circunstancias familiares así se prestaron. Cinco meses de dolores en aumento para mi mamá. Cinco meses de esperanzas que se encendían y se apagaban, vacilantes entre las ganas de vivir de mi mamá y sus episodios de dolor que la hacían desear que todo terminara ya. Pasó de consumir la marihuana a fumarla; aunque era más rápido y efectivo, poco le duraba el gusto. Los dolores ya eran insoportables.

Ella partió la noche del 30 de abril de este año. Y aunque todos sabíamos que ella moriría, que esa enfermedad la estaba consumiendo por dentro y por fuera, que el lupus es una condena de muerte y que tarde o temprano se la llevaría, aún así el dolor de su partida nos quebró. Ella aún era joven. Recién había cumplido 64 años (yo todavía tuve la oportunidad de visitarla a principios de abril, con mi hija, para su cumpleaños) y sabiendo que mi abuelita vivió casi 92 años, es inevitable sentir que la vida de mi mamá terminó pronto.

Mayo pasó como un tornado. 


Entre el luto y la necesidad de viajar a La Paz para ayudar a mi tía con las cosas de mi mamá, el trabajo se me acumuló. Los dos trabajos, de hecho. Los gastos de mi mamá terminaron pero ha habido otros, y vienen más.

Ha habido noticias buenas, pero ayudar a mi tía a que viaje a Estados Unidos para el trámite de su pensión de viudez implica un desembolso fuerte. 

César y yo seguimos con los planes de vivir juntos y ya está todo enfocado a hacer la mudanza en julio. Mi hija ya está inscrita en una prepa en Satélite. Pero hay que hacer ajustes al espacio donde vamos a vivir; para tener cierta privacidad y separación en la casa de mi suegra, necesitamos habilitar la planta alta como un loft separado, con una pequeña cocineta y escaleras de acceso independientes. Y ello implica un gasto.

La empresa ha tenido sus altibajos y aún no deja utilidades. Y con las elecciones encima, todas las compañías han parado sus proyectos, sobre todo los que tienen que ver con comunicación y relaciones públicas.

Todo apunta a que las cosas mejorarán el segundo semestre de este año. Pero estos seis meses han sido muy duros para mí. Estoy bajo mucha presión: tengo que entregar la contabilidad del condominio a fin de mes; tengo que empacar lo que me voy a llevar, empacar y donar lo que no me voy a llevar; terminar de revisar las cosas de mi mamá que quedan en el departamento; pintar el depa y arreglar el hoyo en el piso de la recámara principal; conseguir quién se va a quedar rentando el depa cuando yo me vaya; ayudar a mi tía con su viaje a EE.UU. y definir qué pasará con la señora que me ayuda con la limpieza (ella vive en Tláhuac y yo me iré a Satélite, si no podemos ofrecerle algo de planta, será muy difícil para todos el que ella se mantenga de entrada por salida) :S

Me siento agobiada. Bloqueda. Ansiosa. Frágil y vulnerable como hace mucho tiempo no me sentía.

Pero justo hoy, como una bendición, una amiga me mandó esta imagen por whatsapp:



Y aquí estoy. Tratando de superar este "embotamiento" creativo al soltar finalmente todo lo que me embarga por dentro.

Quisiera, a ratos, que se detuviera todo: el mundo, el sol, las estrellas, el vuelo de las abejas. Todo. Todo menos yo. Y usar ese tiempo para descansar largo y tendido. Para llorar, y hasta para avanzar con todo lo que tengo pendiente. Y entonces sí, que vuelva a girar.