Friday, December 01, 2006

Café y chocolate

A modo de explicación, estos son fragmentos de cosas que he escrito desde hace mucho tiempo. No tienen relación entre sí, no están en orden cronológico y no corresponden a una persona o sentimiento en específico... es solo un ejercicio para recuperar mi musa.

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Refrescó su rostro con el agua del lavamanos y se miró al espejo. Casi no se reconoció. No era esa la misma imagen de la joven que recordaba, tiempo atrás, riendo en el jardín trasero de aquella casona blanca, bajo la sombra del árbol que crecía ahí hace más de 40 años...
Regresó de su recuerdo y salió del baño. Aspiró profundamente y caminó a la salita donde la esperaban. Sin embargo, tuvo la sensación de que nadie notó su ausencia. Para parecer ocupada, extendió la mano y asió su taza de café. ¡Vaya! ¡Qué reconfortante resulta una buena taza de café! Se dejó llevar por el aroma mientras...

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¿Café o chocolate? -me preguntó el mesero. Me habían recomendado mucho el chocolate caliente del lugar, así que opté por éste. Mientras lo servían, noté la consistencia, la temperatura y el aroma de la bebida, y me dije que si sabía tan bien como se veía, valdría la recomendación. Apenas soplé un poco y di el primer sorbo... mis pupilas se dilataron y en mi rostro se dibujó una sonrisa. Es uno de los mejores chocolates calientes que he probado, definitivamente. Y degustarlo es una experiencia que me gusta repetir cada vez que desayuno en ese restaurante.

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Ahí estaba, en la cocinita de su casa, con una taza de tinto en las manos, tratando de calentarse del frío que hacía tanto fuera como dentro de la casa... muy dentro, en su interior. Aspiró el aroma del café y le dió un gran sorbo, sintiendo que en cada trago la esencia del lugar se mezclaba un poco más en su ser.

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Aún recuerdo la primera vez que probé un capuchino con cajeta, en un famoso café en Querétaro. Hoy, el recuerdo me parece agridulce, pues si bien hubo momentos gratos, hay dos personas que entonces significaron mucho para mí y ya no están conmigo. El primero, L, mi cielo y mi infierno. Y mi prima María Elena, a quien sigo extrañando, cada vez con más fuerza, conforme los recuerdos me hacen patente que ya no estará con nosotros...

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Todo mundo habla del café colombiano, pero mi sorpresa fue descubrir el delicioso sabor del chocolate de tablilla de ese país. Tal vez sea que, en lo personal, el chocolate Abuelita me parece muy dulce, pero me gustó mucho el sudamericano. ¡Lo que daría por volver a tomarme un chocolate en casa de doña Lucía!

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Él permanecía callado, sin saber qué mas decir. El silencio entre los dos lo estaba matando de ansiedad, pero no se atrevía a romperlo, después de haberle destrozado el corazón. Ella no decía nada, simplemente se quedó abstraída en la taza de café americano frente a ella, casi como autista. ¿Qué debía hacer él? Empezó a juguetear con los hielos en su vaso, con la cucharita del café, las servilletas y terminó por girar el cenicero con un dedo, hasta que se le escapó y fue a dar contra el vaso, tirándolo de la mesa, junto con el tenedor. El escándalo hizo que todos en el lugar miraran hacia donde estaba. Avergonzado, intentó ayudar al mesero a recoger las cosas, y sólo entonces se percató de que ella lo miraba con los ojos vacíos, sin lágrimas, sin sentimiento alguno, como si él no estuviera ahí...

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Cierro los ojos y me viene a la mente la escena de ese desayuno familiar, cuando mi mamá preparó su famosa receta de conchas con nata, acompañadas de chocolate frío. Ha pasado mucho tiempo y han sucedido muchísimas cosas. Mi mami ya no cocina como antes, ni tiene los recursos ni el tiempo. Pero cuando prepara su chocolate licuado, no hay quien se niegue a tomarse, al menos, un vaso de la deliciosa bebida.

1 comment:

Anonymous said...

Se antoja el chocolate y el café y ... tu forma de contar la vida (ajena o propia, prestada o robada...). Gracias por permitirnos compartir contigo tus vivencias. Un abrazo. GW